Se ha roto el embrujo ¡Después de haberse cumplido doce meses sin corridas de toros en el coso de Los Mártires, han vuelto a abrirse los toriles para lidiar, someter a suplicio y sacrificar a unos animales, cuyo único delito ha sido nacer en España. Pero este desdichado evento está pasando casi desapercibido para la mayoría del vecindario, que ve con indiferencia que se sigan manteniendo en la Ferias y Fiestas estos ritos ancestrales y prehistóricos que ya no se toleran en el resto de la Europa civilizada. Sigo pensando que, incluso en Cáceres, como en la mayor parte de las ciudades españolas, la mayor parte de la población ve con indiferencia -cuando no con desagrado- estas celebraciones obsoletas y atávicas que nos coloca a la cola de los ranking de nivel cultural; pero siempre hay algunos que echan de menos a los toros ensangrentados, mugiendo de dolor, de terror y de angustia por el tormento a que están siendo sometidos por «la autoridad competente», para dar goce y diversión a una exigua parte del vecindario, con motivo de las Fiestas Patronales de la Villa. Bien el día de San Jorge o en el de San Fernando; pues ambos Patronos verán con cierto desagrado cómo algunos cacereños pretenden deshonrarlos matando animales con ganchos, picas o sables, mientras vociferan de contento ante tal espectáculo

Para mayor desaire hacia sus paisanos, esta «autoridad competente» afirmaba en una entrevista periodística, que si en el Ayuntamiento hubieran ganado siempre las elecciones municipales el Partido Popular, con «mayoría absoluta», los cacereños hubieran disfrutado de corridas de toros también el año pasado, y no tendrían que lamentar haber estado un año sin el sacrificio degradante de los bóvidos; como se hacía ya en el Paleolítico.

En el programa de «Ferias y Fiestas» del pasado mes de mayo, ya hubo una deslucida «corrida» a la que concurrieron destacadas «figuras» del toreo. Jóvenes y avezados «maestros» del trasteo con capotes rojos; hábiles con los hierros, para infringir a los animales heridas lacerantes de arpones, ganchos y pinchos, adornados de colores; y orgullosos de saber dar estocadas y descabellos crueles que provocan la muerte a los morlacos por hemorragia y asfixia, hasta que caen sobre la triste arena del albero, rindiendo su bella estampa -siempre admirable y temida- de las dehesas de Extremadura.

Ya hemos comentado aquí el impacto tan negativo que las «corridas de toros» produjeron en los sectores más cultivados e ilustrados de los intelectuales del pasado. Las prohibiciones de los Monarcas más conspicuos, tratando de erradicar tan reprobables costumbres del «populacho». Incluso hemos subrayado las excomuniones papales contra quienes participaran, promovieran o concurrieran a tales eventos de reprobación moral para los cristianos. Recordando también cómo Goya descalificó en sus grabados y dibujos a las «turbas» de caras desencajadas que participaban en aquellos «sacrificios» antinaturales, o el papel simbólico que Picasso quiso dar a la presencia de un toro en su cuadro sobre el «Bombardeo de Guernika»; representando en aquel perfil taurino al odio, a la muerte y a la crueldad del momento.