La banda municipal de música, nuestros entrañables gorriatos, por más que a mi amigo Pedro su director no le guste el nombre, han vuelto al lugar de donde nunca debieron desaparecer. Su kiosco de Cánovas. Pese a no haberles hecho la publicidad que merecen, muchos cacereños se acercaron a escucharles. Porque todos sabemos que es una manera muy popular y barata de hacer cultura. Mucha gente no volverá a escuchar música de calidad en toda la semana y deberá resignar sus oídos a los aserejés y macarenas del momento.

La concejala tiene la idea de acercarla a los barrios. Es una idea tan buena como otra cualquiera, pues todos los cacereños tenemos el derecho que se organicen actividades en nuestros barrios y Cánovas, para disgusto de los CATOVI (cacereños de toda la vida) ya no es lo que era. Porque en los barrios hay parques y bares donde tapearse sin alejarse de casa.

Aunque quizás se debiera pensar en la conveniencia de asignarles un lugar fijo para fidelizar su audiencia, porque esta banda tiene muchos fans, aunque no lo parezca. Se supone que tendrán un lugar idóneo de ensayo y no les sucederá como a otros grupos que vagan por tugurios y lugares donde molestan a los vecinos sin que ninguna institución se preocupe por ellos.