Solían decir los más veteranos y conspicuos neoyorkinos de comienzos del siglo XX que la ‘prensa amarilla’ eran aquellos periódicos que «manchaban la servilleta del desayuno» con los colores chillones y de mal gusto de su primera página; buscando con ellos llamar la atención de sus lectores sobre ciertas informaciones sensacionalistas, tendenciosas, manipuladas, distorsionadas, con acusaciones y falsos testimonios sobre cualquier hecho, noticia, persona o institución pública que destacase; como lo venían haciendo desde finales del siglo anterior el New York World de Joseph Pulitzer y el New York Journal de William Randolf Hearst en su desleal lucha para conquistar a los lectores más desaprensivos.

La obsesión de estos dos tergiversadores de noticias fue siempre enturbiar el ambiente político de los partidos que monopolizaban la democracia americana --Hearst desde las filas demócratas, y Pulitzer pegado a los republicanos-- para favorecer las posturas y negocios sucios de los lobbies que los financiaban; evitando con ello que las instituciones fijasen su atención en los chanchullos y tropelías de las empresas y partidos que formaban aquellos lobbies inmorales.

El modelo creado entonces con estas prácticas periodísticas sigue ejerciendo su torpe influencia como ‘prensa de investigación’; aunque en la realidad cotidiana de sus artículos y reportajes se hayan convertido en una ‘prensa de manipulación’ en su afán de descoyuntar y ensuciar cualquier tipo de información que no responda a los intereses de sus empresas editoras.

España fue entonces una de las víctimas más injuriadas por las mentiras fraguadas por esta ‘prensa amarilla’; pues ambos rotativos se volcaron en una campaña de falsedades, fotomontajes y testimonios mendaces sobre las condiciones de vida de los esclavos. Esclavos que ya habían sido manumitidos por el gobierno del abogado liberal Segismundo Moret, manumitiendo en 1870 a los de Cuba, Puerto Rico, Santo Domingo y Filipinas.

Campaña que financiaron los lobbies industriales y comerciales norteamericanos, para arrebatar a España el mercado del azúcar, del tabaco y de otras explotaciones coloniales. Así que comenzaron a publicar falsedades y a urdir mentiras para forzar al entonces Presidente, el republicano Williams Mc Kinley, a emprender una agresión naval acusando a España de haber hecho explosionar a un buque norteamericano en la bocana del puerto de La Habana y atacar a la flota española en la bahía de Santiago, arrebatándoles sus provincias de ultramar.

La Guerra de Cuba fue el resultado de este ‘periodismo’ mendaz y corrosivo que inmediatamente --a comienzos del siglo XX-- sería imitado en varios países de Europa por las grandes empresas industriales como forma de lucha por los mercados. Y cuando esta ‘guerra económica’ se globalizó, al amparo de monopolios y ámbitos de libre comercio internacionales, los ejércitos se pusieron al servicio de los grandes capitales, y las guerras pasaron a ser igualmente mundiales.

Hoy es difícil encontrar un periódico dedicado solamente a la información de sus lectores; como les ocurría a los antiguos cronistas. Todos, o casi todos están al servicio de los poderosos, que los financian y sostienen; que «filtran», propagan y censuran la veracidad de sus noticias; ganando con ello publicidad y prestigio. «La primera víctima de cualquier guerra siempre es la verdad», se suele repetir entre los comentaristas o corresponsales que cubren este tipo de reportajes. Pues toda información es verdad o es mentira... dependiendo de color del cristal con que se mira.