Han descubierto que el pádel es la razón de sus vidas y ya no se despegan de la raqueta. Es la nueva cursilería sportiva cacereña, la que en los 70 descubrió el tenis, en los 80, la equitación, en los 90, el golf y ahora, el pádel, deporte fino, exclusivo y de buen tono.

En la ciudad feliz están quienes quedan para subir a la Montaña, andar por la Sierrilla o jugar un futbito en la Ciudad Deportiva y están quienes rezuman elegancia y se despiden a la violeta : "A ver si quedamos y jugamos un pádel".

Hace 30 años, la clase media cacereña con aspiraciones paseaba por cursilandia , el tramo de la avenida de España entre las Hermanitas de los Pobres y el Coliseum. Hoy, la mesocracia con ínfulas aristocráticas ha creado el país de padelandia y en cuanto cogen la raqueta se sienten transportados al mundo de los escogidos.

Un par de constructores

En la ciudad feliz no hay ricos. Para ricos de verdad, Badajoz, donde hay terratenientes sólidos y diferencias sociales insalvables. En Cáceres, salvo un par de constructores y un par de empresarios, pero sólo un par, lo que abunda es la clase media establecida.

En la ciudad feliz los clubes sociales no son de postín y los 4.000 socios que los sostienen se mezclan sin analizar orígenes ni fijarse demasiado en apellidos. En Cáceres, basta con tener una raqueta de pádel y pasearse con ella al hombro para ser aceptado en el universo excelso de la provincia.

Esa clase media cacereña, predominante y hegemónica, nutre el saco sin fondo de lo cursi, lo megaguay y lo superchachi. La ciudad feliz es abierta y tolerante: exige poco para aceptarte como estupendo. En el siglo XX, bastaba con que supieras pasear arriba y abajo por una acera y en el XXI, sólo tienes que añadir a tu paseo una raqueta de pádel.

Se desconoce el origen de la palabra cursi. El diccionario de la Academia dice que su etimología es incierta. Según el Corominas (diccionario etimológico de la lengua española), vendría del árabe kursi , que en Marruecos se usa para referirse al personaje figurón. Hay otra teoría que sitúa su origen en unas señoritas madrileñas algo presuntuosas que se apellidaban Sicur: se alteraron las sílabas y salió cursi.

El primer cursilandia urbano de que se tiene noticia existió en Madrid hacia 1920 y discurría por la calle de Alcalá. Hubo incluso un presidente del gobierno, Francisco Silvela, que escribió un tratado llamado La Filocalia o arte de distinguir los cursis de los que no lo son" .

Actualmente, la cursilería ya no anda por la calle como antaño. Se refugia en salas, canchas, pistas y salones y procura practicar gimnasias que marquen una diferencia con el común de los mortales: hoy es el pádel, mañana será el críket y pasado, el polo o la colombofilia. El caso es alcanzar un grado óptimo de ridiculez.