El 70% de la radiación solar atraviesa la atmósfera, alcanza la superficie terrestre, la calienta y emite radiación infrarroja que vuelve de nuevo a la atmósfera, si bien existe un porcentaje, cada vez mayor, que es absorbido por las partículas de gases, provocando el llamado efecto invernadero, generando altas temperaturas. Todo ello conduce a lo que conocemos como cambio climático, que tiene terribles consecuencias, según advierten la comunidad científica y los organismos internacionales.

Los gases que más contribuyen a tal efecto son el CO2 -en un 60 por ciento-, procedente de la quema de combustibles fósiles y la liberación del carbono almacenado en los sistemas agroforestales como consecuencia de la deforestación, y el metano -en un 20 por ciento-.

TAMBIEN contribuyen, aunque en menor medida, las emisiones de óxidos nitrosos - que permanecen durante 114 años -, las de hidrofluorcarbonos y las de hexafluoruro de azufre. Todos estos agentes, que se denominan gases de efectos invernadero (GEI), se agrupan en una unidad de masa denominada CO2 equivalente.

La huella de carbono mide la totalidad de CO2 equivalente emitido por un individuo, una organización, una empresa o un producto. Tal huella permite tener una visión global de la participación de cada cual en el cambio climático y, a partir de su medida, podemos favorecer su reducción, impulsar un mercado de productos de reducida generación de residuos e invertir la tendencia hacia un mercado más sostenible.

LA HUELLA de carbono de organizaciones mide los GEI emitidos en un tiempo determinado. Tiene en cuenta las emisiones directas y las indirectas procedentes de la energía consumida y las que generan las actividades de producción de bienes y servicios. A tales efectos, a una vivienda se le asocia un 60 por ciento de emisiones de CO2 equivalente durante su vida útil, por su utilización, y un 40% a su construcción y demolición que se producen en un horizonte temporal de 2 años frente a los 50 años de uso.

La huella de carbono personal calcula los GEI emitidos por cada individuo y, por tanto, su participación en el cambio climático en todos los ámbitos de la vida: gas, electricidad, consumo de alimentos (incluido el metano expedido por los animales consumidos), alojamiento y consumo tecnológico, mobiliario, etcétera.

Todo aquello que se mide se puede corregir, por tanto esta medida es un gran paso para conocer cuál es el grado de participación de cada uno en el malestar de cuantos -ya hoy- sufren las consecuencias del calentamiento global. Un español, por ejemplo, es cien veces más responsable del cambio climático que un bangladesí o que un malí.