TEtn su reciente libro, Los riberos del Salor , nuestro amigo Pepe Murillo nos cuenta, en uno de sus capítulos, cómo, en sus andanzas perdigoneras por aquellos parajes, ha ido descubriendo numerosas inscripciones epigráficas en las formaciones de pizarras. Y nos da cuenta de nombres, balbuceos fraseológicos y fechas. Aquí estuvo Fulanito de tal , o aquí escribió Menganito de cual , etc.

Igual que a Pepe se le llenaba el sentimiento de cierta imprecisa ternura con esas huellas del pasado, me sucedió a mí recientemente. Veamos.

He ahí que, como se nos concedió permiso para controlar la población de raposas en el pasado febrero, acudimos, uno de esos días, a un ameno valle rodeado de barzal espeso y formaciones pizarrosas de las conocidas como "dientes de perro".

No lejos de la vereda por la que caminábamos, L.F. me indicó un grupo de lastras y me dijo que me pusiera allí, por si la zorra pretendía salirse del valle ladera arriba, para perderse por el collado y ponerse lejos de nuestra amenaza. Y allí me quedé.

Lucía una hermosa mañana de soleado azul celeste. Ubiqué mis reales cabe la formación de pizarras, procurando mimetizarme a la sombra de un carrasco. Abrí el catrecillo, metí cartuchos en la herramienta y afilé los sentidos.

En el puesto de caza acude la fatiga a la tensa espera y, por fuerza inexorable, de vez en cuando mengua la intensidad del acecho; así que, en un descuido, me fijé en que, en la cara de una de las lanchas, al abrigo del viento y de la lluvia, había letras escritas en la pizarra.

Leí, no sin dificultad: "Aquí (palabra ilegible) Daniel García Serrano-( y otras letras imposibles de descifrar)", y algo más abajo, en medio de algunos garabatos, pude adivinar otro nombre: "Saturnino-". Me dio un pálpito como de pena. Allí también habían estado unos hombres hace qué sé yo años y habían dejado su humilde huella, su feble intento de lucha y resistencia contra ese tirano impío, que no nos tiene una pizca de miserable consideración: ¡El tiempo inclemente!

¿Qué habrá sido de Daniel, o de Saturnino?, ¿qué fueron?, ¿cazadores, leñadores, vaqueros, pastores-?

En la pizarra, las inscripciones se hacen fácilmente, y si no son hostigadas por los elementos meteorológicos pueden perdurar décadas, o tal vez siglos. Una vez, allá en Los Mosquiles, Pedro S. me enseñó una frase con fecha de mil setecientos y pico. En fin.

Pero bueno, ¿llegó la zorra o qué?

Llegó, en efecto, sosquinada y con intenciones de tomar las de Villadiego; pero antes le largué un tirascazo. Dio un salto y la perdí de vista entre la maleza. "¡Maldita sea! ¿Cómo puedo haber fallado ese tiro?", me lamentaba; pero al cabo, David, que venía del otro lado de la espesura, me dijo que, un poco más allá, reposaba bien muertita. Había corrido un trecho con la música en las entrañas y, tambaleándose, cerca de él, se había desplomado. Réquiem-Sic transit, etc.