TLta televisión, las estanterías de los supermercados y más de un colegio nos llevan ofreciendo toda la semana calabazas con ojos, incisivos vampíricos, novias cadáver, ojeras y capas negras como ala de cuervo. Pronunciamos "jalogüin" con la misma soltura que hace un mes decíamos "relaxing" y hasta estamos dispuestos a ceder al chantaje del truco o trato.

Desalentada ante tamaña invasión anglosajona he estado a punto de rendirme pero la otra tarde mi hijo pequeño me dio motivos para la esperanza cuando huyó despavorido de sus primas que disfrazadas de Draculaura intentaban integrarle en estas nuevas costumbres. Suele ser muy animado para todo tipo de saraos y disfraces pero en esto de las calabazas con rostro parece que las prefiere trituradas en un buen puré. El es más del Tenorio, que también andaba por los cementerios pero que tiene un halo romántico y aventurero mucho más hispano.

En estas tierras son días de camposantos, de honrar a nuestros muertos y recordar su ausencia pero también, en esa tragicomedia que es la vida, es tiempo de blanquear sepulcros, de pelearse por la única escalera que llega a los nichos altos, de asombrarse con los pendientes de oro que le colocan a la estatua del mausoleo más calé y, cómo no, de ponerse morados de buñuelos y de esos maravillosos dulces antropofágicos que son los huesos de santo. Aún siguen saliendo al campo algunas pandillas de adolescentes cargados de castañas y nuestros pueblos todavía celebran los calbotes, el magosto o la chaquetía, esa suerte de truco o trato con el que los niños ponen en un brete a sus parientes pidiéndoles castañas, nueces o higos secos al grito de "Tía, tía, dame la chaquetía, que si no no eres mi tía".

Al final tanto en Michigan como en La Mejostilla el motivo de la fiesta es el mismo: el cambio de estación y la constatación de esa extrema cercanía entre el mundo de los vivos y el de los muertos... Pero ellos con lo suyo y nosotros deberíamos aprender a valorar más lo nuestro sin que la globalización suponga un abandono de tradiciones que forman parte de nuestra cultura y de nuestras señas de identidad. Puede que si no lo hacemos acabemos asando pavos el Día de Acción de Gracias y dando por bueno que el Sr. Obama escuche lo que le contamos a nuestra prima por teléfono, por eso prefiero darle calabazas a Halloween y largarme a asar castañas.