Yo estaba en Matalascañas. Decidido a pasar un fin de semana playero y tranquilo enfilé hacia esa localidad de la costa onubense el sábado por la mañana con la ilusión del buen tiempo y de tener unas horas de descanso y relax. Confieso que mientras llegaba, avanzando por esas carreteras de Almonte y El Rocío, nunca pensé en que la situación geográfica de Matalascañas es como la de una auténtica ratonera, expuesta a que cualquier contingencia por mar o por tierra la deje sin salida.

Rodeada por el parque nacional de Doñana, tiene dos carreteras con un solo carril, de tal suerte que, un lugar en el que pueden llegar a concentrarse muchos miles de personas, se queda sin posibilidad de evacuación ante una emergencia. Y ahí estábamos, disfrutando de la playa y sus adornos cuando el viento cambió de repente y empezó a soplar con bastante fuerza. Es difícil describir la sensación de tantas personas mirando hacia el final de la playa en el que las nubes de humo ennegrecen y se agrandan a un ritmo incontrolable mientras intentas hacer bromas para que aquello no se desmande.

Sería complicado contar lo que reflejaban las miradas de todos los que estábamos en ese momento allí, -mucha gente, como corresponde a un domingo de calor en las playas de Huelva-, además del miedo, claro. En realidad, en esas situaciones de desastres naturales, -y aprovecho para ciscarme largamente en el hijo de perra que lo haya provocado-, uno siempre se confía a las personas que se dedican a servir a los demás, esto es, los profesionales que pelean cada verano contra el fuego, y que han sido preparados y entrenados para ello.

Por eso, a pesar del elevadísimo número de desgraciados con la cerilla ligera, los servicios españoles de extinción de incendios están tan reconocidos y son tan prestigiosos. Le aseguro que no me gustaría estar en su piel ni de lejos y por eso les reconozco el mérito que tienen, justo y necesario. Por cierto, calculan que nos quedamos sin poder salir de Matalascañas alrededor de cincuenta mil personas, entre las que había, obviamente, ancianos y niños. Algunos teníamos techo y cama, pero otros solo habían ido a pasar el día con sus familias o amigos; y sí, Doñana es muy importante.