Ahora resulta que está uno rodeado de piratas. Y no me refiero a los del Caribe que tanto juego daban en las películas mientras abordaban a los barcos españoles, ni siquiera a los modernos que secuestran cruceros en Somalia y menos aún a los que acumulan suculentos patrimonios con el módico pago de unos trajes. No. Me refiero a mis amigos más íntimos. Alguno de ellos es un melómano consumado que lo mismo escucha música clásica que pop y en ningún auditorio encuentra mejores conciertos que en la red. Otros son cinéfilos y ven satisfechos sus intereses gracias a otros generosos internautas que cuelgan películas que no verían en ninguna pantalla. Los hay que incluso leen libros que con frecuencia están descatalogados. Bueno, pues según la SGAE son unos piratas. Pero como la cultura es mucho más peligrosa que la usura, el robo descarado o los atracos, algún pirata del Caribe fue nombrado Lord y los de los trajes hasta son aclamados por cierto pueblo y protegidos por los políticos, pero mis amigos están a punto de entrar en chirona para que sirva de escarmiento. No sé a quién debo pedir un compacto de mi gusto, ni cuándo veré aquella película que nadie proyecta o leeré el libro que no se encuentra en ninguna librería porque el cantante está en su mansión de Malibú, el productor vive en Miami y el editor no está en su casa de la Moraleja sino de viaje a China para promocionar sus libros.