"Mi mayor orgullo siempre fueron los clientes y la baza principal la calidad de los productos", explicaba ayer Juan Bencerro tras vestirse el chaleco con el que la organización de la Feria Gastronómica reconocía su trabajo en los fogones. Aunque jubilado desde el año 2001, muchos cacereños aún recuerdan en el paladar la sepia o las mollejas que hicieron del Bar Rialto, en la plaza de la Concepción, un punto ineludible en una cita con el tapeo.

Llegó a Cáceres en 1963 procedente de Santa Ana, donde era barbero. Al poco tiempo le ofrecieron regentar el bar, que llevaba apenas tres años abierto, accedió y volcó todo su esfuerzo en hacer de él un sitio de calidad. "Durante los nueve primeros años no cerramos el local ni un solo día", recordaba. Y el esfuerzo dio finalmente sus frutos en forma de clientela.

Después de toda una vida dedicada a este negocio, ayer recordaba emocionado que "mi mujer fue una pieza clave" y explicaba que ellos fueron "el primer local de Cáceres que sirvió sepia y chipirones, pero siempre de primera calidad porque eso era lo que queríamos dar a los clientes", contaba.

Por eso cuando a ella le detectaron una grave enfermedad que le obligaba a dejar Rialto, él decidió marcharse con ella "y pasamos el testigo a los dueños actuales en el 2001". Ahora, con 68 años, reconoce que echa de menos el negocio del que vivió su familia durante 38 años, "sobre todo porque aún vivo junto al local y lo veo cada día", señala. Ayer parte de la familia le miraba con orgullo en la Cámara de Comercio de Cáceres mientras se colocaba el chaleco. "Yo también estoy muy orgulloso", concluía.