El miedo hace que construyamos muros, muros contra la gente, muros contra el avance, muros contra el futuro. No nos equivoquemos, el muro EEUU/Méjico ya existía desde hace mucho, y no me refiero a esa valla que cubre casi un tercio de la frontera y que otros presidentes ayudaron a erigir; me refiero a una barrera psíquica, y que probablemente sea responsable de que haya llegado al poder este radicalismo que tanto asusta a un lado y otro del charco.

Ni siquiera podemos hablar de una diferencia cultural que sirva de excusa, pero sí podemos hablar de ignorancia, ignorancia del que aboga porque en pleno siglo XXI se hable siquiera de levantar paredes para no ver al vecino, al hermano o al extraño que --al parecer-- da miedo, pero al que antaño no has dudado en explotar en tu beneficio.

Involución la del que apoya la marginación, el rechazo y el bloqueo de una frontera que debería haberse destruido hace muchos años. Desesperanza que nos remueve las entrañas cuando vemos que cae en saco roto la lucha de todos aquellos que nos enseñaron que la única manera de conseguir la paz, es derribando muros.

Si hemos de construir muros, que sean llenos de vanos que permitan pasar la luz de un lado a otro, que faciliten el cruce de líneas --¿qué son las fronteras, sino líneas en un mapa?--, que no interrumpan el camino del ermitaño y que solo sirvan para unir manos.

Perdonen que me deje llevar por la utopía, pero ese miedo que levantará la inmediata construcción de ese amasijo de hormigón y piedras, inevitablemente se convertirá en más miedo generado. Bien afirmaba Shakespeare: «De lo que tengo miedo es de tu miedo». La desconfianza, el odio, o la psicosis se generan cuando alguien pone barreras a la comunicación, prohibiciones a la libertad y piedras donde había camino.

Nos rodea la intolerancia cubierta de alambres de espino y armas con uniforme, nos bloquea la inmoralidad del que más gasta de bolsillo ajeno, nos ciega el ensimismamiento de la protección al conocimiento, nos asusta perder cuando ni siquiera se disputa un partido y levantamos muros por simple miedo.

Y mientras se discute quién «pagará la cuenta», la frontera se hace mayor, la distancia más presente y el futuro retrocede en pro de los intereses de aquellos que solo venden piedras cargadas de miedo.