Lunes, 20 de junio. Ocho de la mañana. El calor nos ha dado una tregua tras un breve aunque monumental chaparrón que ha mojado la tierra y que ha sido condescendiente con la expedición, que hoy madruga para iniciar el penúltimo de nuestros recorridos, el noveno de este Diario de ruta . El castillo de las Seguras vuelve a ser nuestro lugar de encuentro. Esta vez no nos hemos despistado y, con puntualidad inglesa, llegamos a la cita con cuatro de los cinco magníficos . Alonso, Santiago, Orencio y Alfonso nos acompañan en este paseo que nos llevará a la sierra de San Pedro por uno de los tramos mejor conservados dentro del término municipal de Cáceres.

Alonso, nuestro jefe de equipo, nos conduce en su coche hasta la casa del Campillo, el lugar donde oficialmente parte esta ruta, circular, y la más larga de nuestro diario: tiene 22 kilómetros y en algunos de los puntos de la serranía nos situaremos a alturas muy superiores a los 500 metros por encima del nivel del mar.

El Campillo es un antiguo caserío, tristemente abandonado y en ruinas, que debió corresponder a una explotación bastante extensa. Destaca su casa señorial, su ermita, los restos de amplísimas cochiqueras, las albercas para almacenar agua, los abrevaderos de ganado y los viejos huertos y jardines de los que ya sólo quedan reductos.

Eucaliptos de extraordinario porte se encuentran a la entrada de esta casa majestuosa, que conserva escaleras de imponente granito y que hoy sólo sirve para acumular basura y curiosos --por lo poco frecuentes-- nidos de las llamadas golondrinas dáuricas, auténticas maestras en la confección de nidos en forma de iglú.

Mención especial merece también la pequeña ermita que hay junto a la casa y que Santiago data a principios del siglo XX, siempre antes del Concilio Vaticano II puesto que el altar mayor está pegado al ábside y el sacerdote oficiaba entonces de espaldas al público. El edificio tiene bóvedas ojivales imitando al gótico y un vano elíptico junto a la puerta de entrada de estilo barroco.

Dejamos el Campillo y Orencio nos habla del valor cinegético que tiene esta ruta por la presencia de ciervos y jabalís que encontramos después de unos cuatro kilómetros de marcha. Los animales huyen del calor a la sombra de encinas y alcornocales y nos ofrecen una estampa inolvidable y espectacular.

Paneles fotovoltaicos

A la derecha encontramos el caserío de Juan Ramos, ubicado en la dehesa del mismo nombre. Es una explotación que está en uso y que destaca por los paneles solares dispuestos en su tejado. Pasado el caserío nos adentramos en una zona bastante llana, plana, donde la vegetación se expande, el bosque se clarea y aparecen los peruétanos o perales silvestres, que forman pequeños bosquetes o rodales. Alonso nos alecciona sobre los frutos de estos árboles, pequeños, bastos, rugosos, que se pueden comer cuando se cuecen y que desde el punto de vista botánico son interesantes porque indican la presencia de bosque mediterráneo.

El Romero y el caserío de Valdelascasas nos llevan al corazón de la sierra del Horno que posiblemente deba su nombre a la antigua presencia de hornos de cal en este entorno, donde abundan las calizas, de edad carbonífera, y que son las mismas que hay en el calerizo cacereño y en las cercanías de Aliseda.

En el pequeño puerto conocido como El Boquerón de Juan Ramos destacan las peonías, de raíz engrosada y cuyo colorido escarlata de sus pétalos contrasta con el verde lustroso de sus hojas. Se les atribuyen propiedades contra la epilepsia y se recomienda no olerlas porque las sustancias que exhalan pueden inflamar la nariz.

Cualquier senderista que se precie deberá llevar un buen calzado para salir a caminar. Por eso Orencio siempre repara en nuestros Naúticos y los califica de "poco recomendables". Y entonces recuerda la anécdota que le sucedió en Gredos, cuando se encontró con una mujer que buscaba la laguna grande calzando unos zapatos con un tacón finísimo. "¡Por Dios! --le dijo Orencio a la dama-- En esas condiciones es imposible". Por eso, hoy hemos seguido sus consejos y calzamos zapatillas de deporte para recorrer la laguna de la Aceitunilla.

A la izquierda dejamos el caserío de la Longuerilla. Alfonso advierte de que hay que tener en cuenta que el camino gira de forma brusca a la derecha y que nunca tomaremos una pista de la izquierda porque corremos el riesgo de perdernos. Desde ahí, y pasados 5 kilómetros, regresaremos al Campillo, donde las golondrinas dáuricas sobrevuelan en busca de esos esbeltos ciervos que habitan la Sierra de San Pedro.