El título de aquella compleja y extensa novela de Kenneth Follett sobre los cambios religiosos, políticos y morales de la Inglaterra medieval, que quedaron petrificados en la primera gran catedral gótica de Kingsbridge - marcando un nuevo rumbo a la Historia de la Humanidad- pueden servirnos de referencia para ver y analizar los cambios que se están produciendo en la naturaleza misma de nuestra sociedad y en las alarmantes transformaciones que pueden provocar en las condiciones de nuestras vidas. Posiblemente, también ahora podríamos hacer nuestra reflexión a través de los avatares de algún edificio ‘calatraveño’, que tanto dan de qué hablar.

Por supuesto que no vamos a hacer aquí ningún estudio de tan extensa obra ni de los paralelismos que puedan suscitarse entre ella y los datos que hoy nos dan las investigaciones sobre las múltiples crisis que nos afectan. Pero sí vamos a resaltar el valor simbólico que en la novela de Follett tienen los arcos y arbotantes, como causantes de las transformaciones de los edificios románicos, y la nefasta influencia de la acción humana; con sus agentes contaminantes, que siguen siendo los mismos -’mutatis mutandis’- que lo hicieron entonces.

En el siglo XII, la reciedumbre de los muros de sillares -espesos y sin huecos-, los pilares ensamblados en planta de cruz y los arcos semicirculares, sosteniendo con la solidez de sus dovelas el peso inmenso de la cubierta abovedada, aseguraban la pervivencia de una sociedad estable, pétrea, sin fisuras en su estructura ni en sus creencias cristianas. Una sociedad románica de bellatores, oratores y laboratores situados -por la Gracia de Dios- al servicio de caballeros, Imperatores o Reyes, cuya auctoritas era de carácter divino. Así, al menos, lo establecía san Agustín de Hipona en su tratado sobre la Ciudad de Dios como modelo de sociedad perfecta e inmutable.

Pero las cosas cambiaron en el siglo XIII, mientras se construía la citada catedral de Kingsbridge. Los ‘pilares de la tierra’ fueron sustituidos por muros de aparejo mucho más ligero; con abundantes ventanales y vidrieras de arcos apuntados, con baquetones de piedra, finos y estilizados, coronados de triforios labrados en elegantes formas circulares. Los arbotantes y contrafuertes externos permitieron elevar las bóvedas, aligerarlas de peso y crear espacios más amplios, luminosos y bellos, en los que lucían los colores vivos de los retablos.

La sociedad, el arte, los afanes y riquezas de la Humanidad aumentaron notablemente por esta nueva mentalidad gótica. Pero a su sombra también creció un nuevo estamento que san Agustín no pudo adivinar ni conocer.

Nació la burguesía; que no se dedicaba ni a rezar, ni a luchar por el Rey; tampoco a trabajar los campos y dehesas de la nobleza. Pues los burgueses fueron, sobre todo, mercatores, comerciantes; y su afán fue mejorar las condiciones y los intercambios de riquezas para obtener beneficios en dinero, acumular numerario y destruir a los competidores, allí donde estuvieren.

A Los Pilares de la Tierra, siguió Un Mundo sin Fin, que publicó en 2009, y para el próximo otoño parece que saldrá Una Columna de Fuego; con nuevas y apasionantes visiones literarias de la Historia, que Ken Follett sabe narrar con notable maestría.