Las nuevas tecnologías, que invaden actualmente todos los sistemas de fabricación, distribución, comunicación, pensamiento y hasta la reproducción asistida, están a punto de cambiar radicalmente los mecanismos por los que se rigen los procesos administrativos en los entramados sociopolíticos que llamamos Estados. Hoy --para bien y para mal-- los procesos industriales de creación de alimentos, ropas, vehículos, armas y televisiones, los hacen ya robots inteligentes, programados hasta en sus mínimos detalles, que desechan, por inútiles y obsoletos, a los antiguos obreros y operarios, que exigían por su trabajo salarios justos, derechos laborales, seguridad social y hasta jubilaciones --un tanto ramplonas-- para una tercera edad digna y sin penurias.

Los robots inteligentes no piden nada de esto, ni se declaran en huelga cuando no lo obtienen. Son elementos ideales para completar un sistema neoliberal --ahora tan de moda en los países más avanzados-- sin leyes ni normas que puedan coartar las iniciativas de inversores o especuladores para crear empresas y negocios en los que todo sean beneficios y rendimientos de capital; sin trabajadores ni empleados, sin domicilios sociales ni declaraciones a la Hacienda Pública. Con un simple PC y un hacker virtual para crear empresas interpuestas sin nombres ni domicilios conocidos.

Por eso --creo yo-- este es el momento oportuno para trasladar también la robótica a la acción política y dejarnos de zarandajas democráticas, de Constituciones nacionales ni de Derechos ciudadanos; que solo son zancadillas legales y obstrucciones jurisdiccionales para impedir la libertad total y sin trabas a los emprendedores más activos y dinámicos; a los grandes inversores y especuladores; a las corporaciones bancarias o industriales, dispuestas a iniciar verdaderos negocios de alto riesgo, que son los que realmente crean puestos de trabajo para innumerables y dóciles robots que pongan en el mercado productos baratos, de ínfima calidad, pero muy abundantes; aunque, al final no sirvan para nada, sino para arrojarlos a inmensos montones de basura al lado de las ciudades.

¡Y punto! En la actualidad, hay países donde ya vive más gente en los vertederos y de los vertederos, que de la economía oficial. La robótica política tiene unos objetivos igualmente claros, si queremos deshacernos de viejas normativas éticas o de leyes picajosas que exigen a nuestros dilectos legisladores, ejecutores, ministros o responsables políticos unos comportamientos pasados de moda, moralizantes y hasta religiosos; que no hacen sino poner trabas al dinamismo expansivo de concejales, diputados, consejeros y directores generales para repartir licencias, permisos industriales, obras públicas, recalificaciones urbanísticas y otras naderías administrativas, entre amiguetes y clientes, para llevar a cabo grandes proyectos --que seguramente quedarán en nada-- por pequeños porcentajes y mordidas, que pueden cargarse en el sobrecoste de la obra, y lo pagarán todos los contribuyentes.

El caso es diseñar adecuadamente el futuro robot político que vaya a desempeñar cada función. De cuyo diseño aquí solo vamos a poner algunas notas muy básicas. En estos momentos iniciales del cambio, habrá que contar todavía con ciertas personas, ya que no se fabrican aún máquinas adaptadas. Escojamos pues personas anodinas, sin muchas luces ni grandes ideas de solidaridad y justicia.