Fuimos primero a ver lo que queda en La Chanclona, a un kilómetro más o menos de Al Zambug. En realidad a recordar, porque yo, natural de aquel pago, he estado en ese bohonal un millón de veces. Campos de soledad, mustio collado. Las pertinaces y omnipresentes vacas tienen el huerto de La Pulgosa hecho un mar de infinitas bostas. Y como no llueve, los veneros no arrastran esas inmundas toneladas de deposiciones. Maldita sea la sequía infame.

Hay, aún, miles de restos de tégulas romanas, lo que quiere decir que allí hubo asentamiento de una o más villae . Las aguas de La Chanclona han sido siempre las que han calmado la sed de los naturales acehucheños. Ahora, incluso, cuando hay dificultades en la red principal, creo que conectan con el viejo manantío del camino de Portaje, o de Cachorrilla y Pescueza, que ya no sé muy bien cómo era la cosa.

Las prospecciones secaron el añejo pozo del que se surtieron las aguadoras durante milenios y el gran álamo, que dio sombra a los que allí acudían a por agua, se secó, murió y de él no hay más que el recuerdo de los que lo conocimos. Vae victis.

Regresamos y nos detuvimos al pie de la puente. Lo que son las cosas y los tiempos. Toda la vida pasando por ahí y no habíamos visto nada. Cuando niños, en aquellas tartanas, por la vieja carretera, ni cuenta de que allí, en medio del Guadancil, entre la maleza de tamujas, retamas y barzal tupido, había todo un enorme cementerio más viejo y antiguo que la humanidad misma. ¡Por los clavos de Cristo!, cuando nuestro amigo nos habla de los miles y millones de años que tienen algunas cosas que vemos, a mí me da un vahído vertiginoso, es decir, que el vértigo de los tiempos me procura vahos de ansiedad y desasosiego.

Pero un temblorcillo de emoción anda por los huesos cuando acaricio esas piedras que también acariciaron antes aquellos humanos antediluvianos. Y no digamos si conecto con mis venerados romanos.

Cuando en el año 68, ¿o 69?, las aguas del Tajo inundaron el valle, aquel campo de túmulos desapareció de nuestra vista, y ha sido ahora, que el nivel del agua ha retrocedido tanto, cuando ha quedado a la intemperie ese vetusto cementerio. La masa vegetal, que ocultó durante siglos ese campo de enterramientos, ha desaparecido y, por lo tanto, los monumentos, ya derruidos, han vuelto a recibir la luz del sol.

Túmulos por doquier, túmulos, ¿túrmulus? ¿No sucedió, acaso, que un pretérito copista escribió sobre la tierra de tantos túmulos, túmulus, y se coló, de rondón, una erre traviesa. Túrmulus.

Antonio Norbano está leyendo un reciente libro sobre esto que mencionamos. Tendremos que enterarnos y que nos disculpe el autor por no poder recordar ahora su nombre.

Túrmulus, Alconétar- Santiago Molano sabe bastante sobre esto. Natural, porque desde Garrovillas seguro que oye aún los pasos de las legiones que tantas veces se pararon a descansar en la mansio próxima al cerro Garrote. Garro- villa. La villa del Garro, ¿o del Carro?.