La semana pasada, a pesar de mi ausencia, no me fui de rositas y estuve en San Sebastián tomando la salida en su prueba de maratón. No os preocupéis, aún no he debutado en la distancia. Mi objetivo era el de ayudar a un compañero en su grandioso esfuerzo por correr una maratón, pero no por correrla de cualquier manera, sino intentando conseguir una marca personal, una mínima europea y auparse como una de las futuras promesas del largo aliento en nuestro país.

La maratón es una prueba épica, que reúne muchos de los ingredientes y valores de eso que llamamos "DEPORTE", un esfuerzo titánico, no sólo el día de la prueba, sino durante los meses anteriores en los que se trabaja día a día, se sufre, se renuncia, se trabaja, en pos de una recompensa posterior que a veces no llegará y que, si llega, será proporcional al esfuerzo invertido.

Esta capacidad de esfuerzo, loable, deseable en cualquier persona, incluso exigible ya que no todo se puede lograr de la nada de un día para otro, ha sido convertida en el hazmerreír en el programa G-20.

Después de una gran maratón, después de un gran esfuerzo, que sumado con otros grandes esfuerzos, ha resultado una gran recompensa que únicamente su autor, al igual que el resto de corredores de ese día en San Sebastián, sabrá valorar en su justa medida. Después de culminar un ejemplo no sólo deportivo sino de actitud, de filosofía de vida, nos encontramos con el desprecio por parte de algún energúmeno informativo que, alojándose en la anécdota, en el detalle, pretenden "echar mierda" sobre los valores del deporte, de nuestra vida.

Sólo decir que no sólo se han querido reír de Rafa, se han reído de todos los que estuvimos en San Sebastián corriendo, de todos los que cada día se calzan sus zapatillas y salen a correr sabiendo que el esfuerzo diario es la mejor fórmula para mejorar.