Helena de Esparta estaba casada con Menelao. Helena de Troya se larga con Paris y abandona un matrimonio donde ella era invisible. Helena es fina y distinguida, o lo pretende, aunque a veces se transforme en un quiero y no puedo. Se maquilla con profusión, se peina, exige que la llamen excelencia y no es tan modosa como pudiera parecer en un principio. Paris, sépanlo, huele a chotuno. Es un pastorcito bucólico y campestre que se dedica a tocar la flauta como si fuera un fauno pero que, en realidad, es hijo de Príamo y de Hécuba. El de la bella figura, le llamaban. Un tío buenorro. Un protomacho.

La bella Helena, ya lo dejó claro Ricard Reguant, su director, trae la frivolidad al Festival de Mérida. Se basa en una opereta de Jacques Offenbach: la melodía se ha respetado, pero se ha cambiado toda la orquestación para que suene a musical y para que se adapte a todos los públicos. Es decir, si van buscando Offenbach, esperen a que programen una de sus obras en el Real, porque la propuesta de Rodetacón es y no es Offenbach. Es, porque si son muy fans del francés, reconocerán las melodías. Y no es, porque si son muy fans del francés y van buscando a una soprano, un barítono y 80 músicos en la orquestra, es decir, una representación al uso, no la van a encontrar: depende del grado de fanatismo se pueden enfadar y todo, cual puristas del flamenco. Relájense: esto es teatro. Es un musical loco para toda la familia, con una pizca de sensualidad porque hay un par de menage à trois (los dioses también eran un poco casquivanos) pero de los que los niños, nos han prometido, no se enterarán. Y, nos guste más o menos la propuesta, lo que sí nos gustará siempre es ver a niños pequeños disfrutar en el teatro romano. Montaña Granados, la nueva directora del Festival de Teatro Clásico de Alcántara, daba esta semana la voz de alarma: hay que atraer a los jóvenes al conventual, decía, «porque el público se nos está quedando mayor». Ser mayor es maravilloso, pero la pervivencia de las artes escénicas hemos de asegurarla formando a los futuros espectadores. Y nadie comenzó su vida cultural a los seis años recitando a Shakespeare en inglés, que yo conozca.

La semana pasada, un grupo de actores, dramaturgos y directores de escena y yo asistimos a un curso sobre la tragedia que impartía el dramaturgo Alberto Conejero, el que se encargó de traernos la historia de Troyanas (es decir, la historia de lo que pasa después de que Helena se vaya con Paris y de que el ejército de Menelao y de Agamenón salgan en su búsqueda para asediar Troya, entrar en la ciudad con un caballo de madera y masacrarlo todo). Nos explicó cómo al teatro se iba a ver una obra en la que entraban en juego muchos sentidos y muchas disciplinas distintas: «salvando las distancias, una tragedia sería, formalmente, lo que hoy es un musical». Fue un ejemplo, no se lo tomen tan al pie de la letra. Pero sí: se cantaba, se danzaba y se bailaba. Aquí se canta más que se actúa y se baila mucho (hay ocho bailarines encima del escenario), no hay músicos y no es una tragedia. Pero lo será. Pero para qué anticipar la historia.

Quedémonos con que Zeus organiza un concurso a través de la diosa de la discordia, que se llama Eris: quiere descubrir, cual espejito de Blancanieves, quién es la más bella. En el concurso mete a su mujer, por cierto, porque los dioses romanos (y los griegos, qué más da Zeus que Júpiter)... pensar, pareciera, no pensaban mucho. Así que allí van Hera, Atenea y Afrodita. Afrodita no debe de confiar mucho ni en su belleza ni en sus posibilidades, porque, cuando se entera de que Paris va a ser el juez, le ofrece a la mujer más guapa del mundo. A ella nadie le pregunta. Recuerden que escribo esto (los periódicos hay que maquetarlos e imprimirlos y tienen hora de cierre) justo antes de que se estrene la obra, así que no sé aún qué parte de los juegos y divertimentos de Offenbach se habrán mantenido aquí. Sí es cierto que nos prometieron que parte de la actualidad de su época, que él musicó y criticó, la vamos a ver aquí, pero, obviamente, con personajes actuales, que de política del siglo XIX no sabemos mucho.

En el escenario, Gisela es Helena, la bella. «La conocen por las bandas sonoras de Disney, pero lo que pocos saben es que esta mujer es una cachonda y se apunta a un bombardeo», dijo de ella Reguant. Es divertida en las entrevistas, canta muy bien, trabaja mucho y cuando sale a un escenario se olvida de todo. Leo Rivera también se ha curtido en el musical, desde Oliver a Cats o El fantasma de la ópera, pero luego ha aparecido en varias series de televisión también. A Rocío Madrid también la hemos visto en series y en programas. Joan Carles Bestard es una institución en Mallorca y, además, interpreta a uno de los personajes más geniales de la obra, Calcas (el sumo sacerdote o augur de Zeus o de Júpiter, según las versiones). Y así podríamos seguir. Cantarán, bailarán y nos reiremos. A veces viene muy bien.