Lo decía hace unos días Alberto Iglesias, el compositor que en su segundo intento tampoco ha podido hacerse con el Oscar. "El cine de Hollywood siempre ha sido muy permeable a los artistas que vienen de otros lugares. Casi la historia de este cine es la de la gente que llega y hace lo que sabe hacer aquí". Esa realidad histórica se ratificó el domingo, cuando la Academia entregó más de una decena de sus Oscar a europeos, y entre ellos, cuatro principales: todos los de interpretación.

Primero fue el turno de Bardem, que dio parte del discurso en castellano y dedicó el premio a España. Luego llegó el premio como mejor secundaria en Michael Clayton para la británica Tilda Swinton, que lamentaba tras el escenario "no haber dado el discurso en gaélico" y bromeaba sobre la reconquista de Hollywood: "No se lo digáis a todo el mundo, pero estamos en todas partes". Ganaba también su compatriota Daniel Day-Lewis, y Marion Cotillard ponía el acento francés y se convertía en la quinta intérprete que logra la estatuilla por un papel hablado en un idioma distinto al inglés.

Serán los embajadores más visibles, pero no los únicos. En el palmarés figuran los italianos Dante Ferreti y Francesca Lo Shciavo (dirección de arte por Sweeney Todd ) y Dario Marianelli (que arrebató el Oscar a Iglesias con la banda sonora de Expiación ). Están también los franceses responsables del maquillaje de La vie en rose y el director del encantador corto de acción premiado; los autores de la canción Falling Slowly , la mayoría del equipo reconocido por los efectos visuales de La brújula dorada .

Austria ganó el Oscar a la película de habla no inglesa con The counterfeiters , y aunque el país conseguía su primera estatuilla, hace tiempo que dejó huella en Hollywood.

LA ALFOMBRA ROJA Y NEGRA Rojo y negro, los colores que Stendhal consagró en su novela homónima de 1830, tiñeron de literatura la gala de los Oscar. Una ceremonia que, como el libro del escritor francés, es imposible de entender sin revolver el trasfondo social: la recesión económica, la resaca de la huelga de guionistas, la suspensión de la fiesta de Vanity Fair...

Cuando todos los vaticinios apuntaban a que sería una gala con profusión de tonos vivos, las nubes acabaron por enlutar el glamur. Y como resultado, Penélope Cruz, Hillary Swank, Jennifer Garner o Ellen Page parecían de la cofradía de las viudas. Pero sería ingenuo achacar a esos imponderables el bajo nivel estilístico de una gala que siempre ha sido sobria.