Lo dice un casi exmelancólico: "Con el tiempo uno se vuelve más optimista". Este casi exmelancólico es el poeta Eloy Sánchez Rosillo, que nació en 1948 y por tanto está cerca de la sesentena. De manera que la vejez que atisba no parece que vaya a ser una etapa de decadencia sino de celebración. Al menos por ahora la vida le está dando cosas hermosas y algunas llegan a los poemas.

Sánchez Rosillo ha venido a Extremadura esta semana invitado por las aulas literarias de Cáceres y Plasencia, en unas fechas en las que su último libro, La certeza (Tusquets), puede encontrarse en los estantes de las librerías.

Alto, la barba rala, blanca, más blanca que el pelo cano, Sánchez Rosillo es un poeta claro, autobiográfico, elegíaco y, ahora, un cantor de la dicha. "He aprendido a mirar el presente y a comprobar que la hermosura de cada día es suficiente", dice cuando piensa en el cambio que ha experimentado su poesía precisamente en su último libro. "Mi juventud, mi adolescencia fueron épocas melancólicas. Creía que la vida estaba en otra parte. Ahora, uno se va curando de esas melancolías".

En la juventud de los años 70 llevaba una vida provinciana en Murcia, cuando la provincia era una especie de muro frente al mundo, también el de las publicaciones. "A veces ni siquiera se te ocurría publicar. Siempre había tiempo para arrepentirse de lo escrito, porque la poesía es un largo camino de aprendizaje". Pero tuvo suerte, declara. Mandó su primer poemario, Maneras de estar solo , al premio Adonais de 1977 y lo ganó. La suya era entonces una escritura a contracorriente de la que predominaba en aquellos años, inundados del culturalismo del movimiento novísimo , que encabezaban autores como Gimferrer o Guillermo Carnero. "Yo no tenía amistades literarias, ni relaciones con otros escritores de mi ciudad. Mi poesía y la de otros autores que comenzaron a publicar entonces, según han dicho, era más natural, más humanizada".

A Sánchez Rosillo no le interesaba esa poesía culturalista. "Había leído de todo y lo que escribían los poetas de mi edad me parecía poco sólido. A los que trataba de emular era a los grandes autores, a los mejores". Los mejores, en el caso del autor de La vida , son escritores como Giacomo Leopardi, al que tradujo del italiano en una antología publicada en Pre-Textos en 1998, Jorge Manrique o Antonio Machado.

El giro

Pero esta emulación no se ajustó a ningún programa poético. "He escrito lo mejor que he podido y sabido. Mi poesía me ha hecho a mí. No me he propuesto hacerla de una manera determinada. Por ejemplo, el giro que se aprecia en mi último libro tampoco ha sido deliberado. La poesía es como la vida. Es algo que te sucede y uno lo toma como viene. Ayuda a que la vida se manifieste de la mejor manera".

Y para ayudar a esa manifestación, Sánchez Rosillo se ha guiado mediante la claridad. "Mi poesía es diáfana --dice--; no sé si esto es un mérito o no; pero si uno escribe y publica debe pensar en que los demás van a leerle y hablar su mismo idioma. Es cierto que hay zonas de la realidad que requieren cierta oscuridad; pero lo normal es tratar de ser claro en todos los asuntos, y esto tiene que estar presente en la obra; no entiendo a los poetas que son claros para ir a cobrar al banco o hablar con su familia y a la hora de escribir son oscuros".

Su lugar destacado en la poesía española actual ha sido subrayado por la crítica, aunque a Sánchez Rosillo esto no sea algo que le preocupe. El poeta, dice, lo único que tiene que hacer es escuchar su propia voz. "Cuando uno es auténtico --afirma-- lo que escucha es la voz de la propia poesía. Las otras voces pueden ayudar a comprender ciertas cosas pero uno no las sigue. Si uno escribe con autenticidad escribe lo que le es dado hacer, y un colabora para que llegue al papel de la mejor manera posible. Mis libros me han hecho a mí".