Un equipo de investigadores del Instituto de Arqueología-Mérida, del CSIC, ha hallado junto a la escalinata del santuario tartésico del Turuñuelo de Guareña, los restos de dieciséis caballos, dos toros y un cerdo, que fueron sacrificados en un ritual dedicado a la clausura del templo.

Este santuario, del siglo V a.C., una joya arqueológica por sus novedosas técnicas arquitectónicas y por su estado de conservación, sigue revelando secretos que muestran su pasado esplendor.

Gracias a los tesoros que oculta, el Turuñuelo se ha convertido en un modelo para estudiar la cultura tartésica del interior, con información valiosa sobre la organización social, los mecanismos comerciales y los rituales de esta civilización.

«El sacrificio consistió en una gran ofrenda a los dioses antes de abandonar definitivamente el lugar», afirma Sebastián Celestino, director de la excavación junto a la investigadora Esther Rodríguez, y director del Instituto de Arqueología-Mérida.

«Da idea de la enorme riqueza del sitio, pues el caballo era un elemento de prestigio. Además de los numerosos animales sacrificados (19 de momento) han aparecido ánforas y cestos con cereales y otros elementos de gran valor, lo que da una idea de la importancia de ese sacrificio final, previo a la destrucción del monumento», agrega el responsable de la excavación.

A su juicio, «lo más llamativo» es la existencia de un ajuar completo de objetos de bronce, utilizados para el banquete de comensalidad en la habitación sur. Así, ha dicho que se trata de un conjunto de muy buena calidad entre los que destaca un enorme caldero, dos jarros, una parrilla, varios pinchos para la carne, un quemaperfumes, coladores... Todos realizados en bronce.

Según los investigadores, el ritual también contribuyó a la buena conservación del templo, ya que, una vez celebrados los sacrificios y el banquete, el santuario fue incendiado. El fuego solidificó las paredes de adobe y el rápido echado de tierra para sepultar el edificio propició la conservación de los materiales metálicos.

Además, «la potente anchura de los muros de adobe, de hasta tres metros en algunos sitios, ha contribuido a su excelente estado de conservación», puntualizó.

De momento, solo se ha excavado un 10 % de la superficie del túmulo. El estudio completo llevará una década.

Los arqueólogos también llaman la atención por las novedosas técnicas de construcción del templo, con utensilios como un mortero de cal, arena y arcilla para confeccionar los sillares cuadrangulares con los que levantaron buena parte de la escalinata de acceso al monumento, una técnica que se consideraba desconocida en la península antes de la llegada de los romanos.

El Turuñuelo ofrece una riqueza arquitectónica y material desconocida hasta el momento en esta fase final de Tarteso, si bien aún es pronto para saber qué papel jugaba el santuario en esta civilización, aunque lo más probable es que fuera un lugar de peregrinación, según los investigadores.

OTROS OBJETOS / Asimismo, además de los animales hallados hasta ahora, han aparecido ánforas y cestos con cereales y otros elementos de gran valor, lo que da idea de la importancia de ese sacrificio final, previo a la destrucción del monumento y su posterior amortización.

Igualmente, se han hallado gran cantidad de platos y vasos pintados con bandas rojas y las copas de imitación griega y en el entrono de la habitación hay muchos huesos y conchas «resultado del festín final.

La cultura tartésica se origina hacia el siglo VIII a.C. en el Bajo Guadalquivir. Es la consecuencia del impacto que supuso la llegada de los colonizadores mediterráneos (principalmente fenicios) en los pueblos indígenas, que transformaron la base económica y social del sur peninsular. El resultado de ese encuentro es la conformación de la cultura denominada Tarteso.