El café más largo de mi vida duró 29 horas. Paramos para cocinar y tomar café, mucho café. Un amigo mío estaba saliendo del armario: ante sí mismo, que es la primera forma de salir. Otro amigo, mucho mayor, que se casó con una mujer y había tenido dos hijos, me dijo que viera películas porno. Y me lo explicó: «Crecemos solo con referencias heterosexuales. Tú te identificas con la mujer; yo, con el hombre y, así, con estos paradigmas, vamos construyendo una sexualidad. Cuando la sexualidad no es la normativa, necesitamos otros modelos».

En aquellos tiempos, el único gay en la tele era Boris Izaguirre. Lesbianas, no había.

Ahora, una película (Desde allá, de Lorenzo Vigas, con un inconmensurable Alfredo Castro) gana el Festival de Venecia y La doncella, de Park Chan-Wook, se hace con el premio del Público (el más importante) del Festival de Cine Inédito de Mérida (que, vale, no es de clase A, pero le tenemos mucho más cariño). Algo antes, pero no mucho, David Lynch grabó una de las más hermosas escenas de amor de la historia del cine (las contamos todas: las heterosexuales también) en Mullholland Drive. Antes, mucho antes, en los años 30, Lillian Hellman escribió The Children’s hour. La llevó al cine William Wyler, pero no se atrevió a mostrar una historia de amor entre dos mujeres y le cambió el sexo a una de ellas. La tituló These Three y la estrenó en 1936. Tres décadas más tarde, volvió a rodarla. Esta es la que ha pasado a la historia: La calumnia.

Al cine (a su representación de personas no heteronormativas, queremos decir) le ha pasado lo que a la historia del arte con las mujeres negras. Se las retrataba sin dignidad alguna: o eran esclavas, o eran mujeres sexuales, diablas que tentaban a los dueños de las plantaciones (las blancas éramos todas puras y castas, todas vírgenes, demasiado vírgenes). No había niñas, no había ancianas. Los homosexuales eran motivo de burla, se exageraba el afeminamiento (porque no había palabras: eran los tiempos del cine mudo y los personajes tenían que ser reconocibles: esto es una constatación, no una crítica, no leemos cine desde nuestra única perspectiva temporal) y los heterosexuales podían sentirse más machos.

Con las mujeres no pasaba. Marlene Dietrich y Greta Garbo eran aplaudidas por su androginia. Se vestían de hombres y las vitoreaban. Eso sí: solo en la pantalla. En 1931, el alcalde de París invitó a la Dietrich a abandonar la ciudad porque a la actriz se le ocurrió salir a la calle vestida con un traje masculino. Cómo se le ocurre ponerse pantalones varias décadas antes de tiempo. «Su masculinidad atrae a las mujeres y su sexualidad, a los hombres», dijo el crítico Kenneth Tynan. Y la feminista Madeleine Pelletier, en las postrimerías del siglo XIX, sentenció: «Mi traje le dice al hombre: soy igual que tú».

Y eso, señores, no puede ser.

En algunas partes del mundo, en el siglo XXI, se juzga a las mujeres por llevar pantalones. Se las juzga en un juzgado, decimos. En otras, la homosexualidad es un tabú. El FanCineGay nos llevará a Sudáfrica, a Cuba, Chile, Argentina, Estados Unidos, Venezuela. Desde la historia de Chavela Vargas a la de Tom de Finlandia (Touko Laaksonen fue su nombre real), uno de los artistas más reconocidos (sobre todo con su personaje Kake), desde lo que le ocurrió a la diputada Tamara Adrián (nacida Tomás Mariano Adrián) hasta cómo ser gay en el mundo rural. En los últimos tiempos han llegado personajes corrientes. Historias tranquilas, enormes como solo las historias en las que nos reconocemos saben serlo.

Jan Oxenberg, directora de cine, explicaba que hubo una época increíble de censura. No se censuraban las imágenes positivas de gais y lesbianas: simplemente, las imágenes reales de los gais y lesbianas reales, los de siempre, ni siquiera se contemplaban en una industria que se dedica, como siempre se ha dedicado, a contar historias en las que nos veamos reflejados, que nos interpelen de un modo u otro. Tuvo que eclosionar el movimiento LGBTI en Estados Unidos, por los sucesos de Stonewall, para que el cine hollywoodiense comenzara a tratar con respeto a una gran parte de la población. Y hablamos del cine americano porque es el que tiene más proyección. En Europa era otra cosa. En Europa, incluso en la dictadura de Franco, algunas películas cogían a trasmano a los censores, como Diferente, de Luis María Delgado, que ha contado en alguna ocasión cómo el padre Benito, el censor eclesiástico, le dio la enhorabuena «porque era la película más bonita que había visto». De hecho, varios de los largometrajes que vamos a poder ver hasta el 11 de noviembre son españoles.

El Festival, además, se inauguraba con dos exposiciones sobre transexualidad. Person@s, de Mai Saki, y I want to be a butterfly, de Ángel Guzmán. Este año llegan a más sitios: se cumplen 20 desde que la policía les quitaba los carteles de las paredes en Badajoz: ha habido avances sociales, pero no mentales. Solo en Madrid durante este año se han registrado más de 200 agresiones. Ojalá el cine pueda cambiar las cosas.