Juanan pasó a ser Jota en la ESCAC, escuela de cine y cantera inagotable de talentos. Jota ya no es Jota. Ni Jotilla. Es Bayona, el director que se come el mundo. El cineasta que no quiso coger el teléfono a Martin Scorsese porque no quería hacer lo que le iba a pedir. El cineasta que también le dijo no a Brad Pitt para realizar la secuela de Guerra Mundial Z (y quedaron tan amigos). El cineasta que ahora mismo está trabajando con el que es, en su opinión, el mejor director de cine de la historia: Steven Spielberg.

Jota ya no es Jota. Es Bayona. Y juega en otra liga. También en casa, donde es el favorito en los Goya gracias a las 12 nominaciones del monstruo con el que cierra su taquillera y accidental trilogía sobre las relaciones madre-hijo tras El orfanato y Lo imposible.

Para J. A. Bayona (Barcelona, 1975) su madre es una heroína. También su padre. «Son mis héroes porque entendieron que en la formación de sus hijos estaba su futuro». Su hermano gemelo es DJ y productor musical. Una de sus hermanas es psicóloga y la otra, escritora. Una familia muy creativa de padres sin recursos. Emigrante andaluz en cataluña, el padre siempre quiso ser artista. Y se dedicó a pintar, sí. Pero edificios. Se sacó un curso de pintura por fascículos y dibujó algunos carteles de cine en los años 80, pero sus ingresos venían de su oficio: la construcción.

Premio Nacional de Cine

A su padre y a su madre dedicó Bayona (muy emocionado) el Premio Nacional de Cine en 2013. Los que mejor le conocen dicen que Bayona no ha cambiado. Que sigue siendo Juanan, Jota, Jotilla. El tipo bregado en publicidad que hizo un videoclip con Camela. De hecho, sigue haciendo anuncios. En el 2013 realizó un spot para la marca de limpieza KH 7 donde mezcló la ciencia ficción con algo tan español como Chus Lampreave. Al barcelonés le costó mucho convencer a la actriz (fallecida el pasado abril). Al primer «no» de Lampreave, Bayona le envió un ramo de flores. Al quinto, la auténtica musa de Pedro Almodóvar le dijo «sí». A Bayona le gusta mandar flores. El día de Sant Jordi felicita a sus más estrechas colaboradoras con una rosa.

Afición al dibujo

Hay mucho de Bayona en Connor, el niño de Un monstruo viene a verme (interpretado con extrema profesionalidad por Patrick MacDougall). El chaval de la película sufre acoso escolar y ve cómo su madre se está muriendo de cáncer. Con su abuela no se entiende del todo y su padre (la pareja está separada) le quiere pero no tanto como para llevárselo a vivir con él. Basado en una novela en la que Patrick Ness rinde homenaje al arte de contar historias, Un monstruo viene a verme habla del difícil tránsito de la infancia a la madurez. «Crecer da miedo. Mucho miedo». Bayona lo ha hecho. Aunque, según su amigo Juanjo Sáez, sigue teniendo el alma de aquel niño del extrarradio de Barcelona que tenía la profunda necesidad de que le comprendieran y le quisieran. Jota es ahora, según su amigo Sáez, un tipo que consigue todo lo que quiere. «Un fuera de serie, una persona que piensa a lo grande». Es un inmenso cineasta que se emociona cuando ve entrar en el plató de Buenafuente a Chicho Ibáñez Serrador, veterano director al que tanto Bayona como Alejandro Amenábar y Paco Plaza le deben tantas cosas.

Las lágrimas

El futuro director de la nueva entrega de Jurassic World sigue teniendo oficina y casa en Barcelona. No le apetece trasladarse definitivamente a Los Ángeles. Tampoco le apetece acudir al psicólogo porque no quiere que le diga qué le pasa. Porque no quiere dejar de hacer películas como Un monstruo viene a verme. Y eso que no todas las voces han sido positivas. Empeñado en que le quieran, Bayona no consigue tener el afecto de quienes le acusan de manipular al espectador para buscar sus lágrimas a toda costa. Él resta importancia al llanto, una actividad terapéutica. «Yo lo hago con Masterchef». Y con los canelones de la tía Pepa.