«Fueron niñas de la guerra civil. Muchas ni pudieron estudiar. Y como mujeres se comieron 40 años de dictadura y vivieron el rol que les tocó, de esposas, madres y amas de casa». Habla Ana Penyas (Valencia, 1987) de sus dos abuelas, hoy ancianas, y, por extensión, de tantas mujeres normales y corrientes que la sociedad franquista hizo invisibles y a las que la joven ilustradora rinde homenaje en su primer y brillante cómic, Estamos todas bien (Premio Fnac-Salamandra Graphic).

Es un relato en el que también aparece la autora y que va saltando del presente al pasado de sus abuelas, de la vejez a la juventud y madurez, en un ejercicio de memoria personal y generacional y a la vez de memoria histórica. Una mirada que transmite además «un mensaje feminista». «No pongo a mujeres que rompieron con todo, sino que salen lavando platos, trabajando, cuidando de los suyos... Lo hice desde la denuncia, pero sin exaltación y sin politizar -señala. Porque ahora que estamos en época de necesaria reivindicación feminista resulta obvio que hacía falta hablar de ellas, porque cuando se habla de esa época siempre se habla de hombres y desde su punto de vista». Poco antes que Penyas, otros autores, hombres, han dado visibilidad en premiados cómics a esta generación de mujeres de la dictadura a través de la experiencia familiar. Antonio Altarriba, en El ala rota, con el dibujante Kim, rescató a su madre, y Jaime Martín, en Jamás tendré 20 años, a su abuela.

Penyas traslada al libro un diálogo con una «gran carga simbólica» con su abuela Maruja, que ahora sufre párkinson. «Me dijo que lo mejor que le había pasado en la vida fue sacarse el carnet de conducir. Y fue tras quedarse viuda, a los 54 años-explica Penyas. Sentía que entonces podía tener cierta libertad individual y tomar las riendas de su vida. Se había casado sin amor con un médico 20 años mayor para dejar de trabajar en el bar de su tía. Él era bueno, pero ella vivió amargada y fue infeliz porque no podía divorciarse al depender económicamente de él. Eso es una prisión y, como mi abuela, muchas no podían salir de ella».

Para la ilustradora, el libro ha significado «hacer un esfuerzo por entenderlas y ponerse en su piel, pensar en cómo ha sido su día a día». La vida de su abuela Herminia fue distinta. «Se casó por amor pero tuvo seis hijos y eso fue mucho trabajo. Luego, como apoyo silencioso a la oposición al régimen, escondía los libros y la propaganda ilegal de sus hijas. Ahora ha rejuvenecido y se siente famosa », sonríe.

El cómic no evita mostrar, sin embargo, la soledad y la enfermedad de la vejez y la «culpabilidad» de nietos e hijos por vivir sus vidas y no estar mucho por ellas. «Son viejas y no le interesan a nadie», dice una de ellas.

Penyas, que nunca pensó en hacer un cómic, ha construido un estilo propio que proviene de la ilustración. Basa su trabajo «en fotos e imágenes reales» y tiene una mirada fotográfica y documental que traslada a Estamos todas bien, cuyo germen surgió hace cuatro años en un trabajo de clase de cuatro páginas, que fue creciendo hasta que un amigo le animó a presentarlo.

La inquietud por la memoria histórica siempre ha estado ahí. Si hace un tiempo autoeditó el proyecto Los días rojos de la memoria, un trabajo de investigación en equipo basado en la vida del maquis Longinos Lozano, ahora acaba de publicar En transición, un «barrido crítico» en 15 ilustraciones desde la Segunda República hasta hoy, desde «la mirada no oficial, la de la calle».

La idea se la propuso hace un par de años Alberto Haller, historiador y editor de Barlin Libros, quien se encargó del guion y de las frases que contextualizan las escenas. «El pacto del olvido del franquismo que impuso la Transición» es, señala Haller, el mensaje del álbum, que se resume en una ilustración brutal: un montón de esqueletos yacen bajo un conjunto de edificios en obras. «La sociedad actual está construida sobre las fosas -denuncia Penyas. Es esperpéntico que sigan en el poder gente que viene de eso. Es un desastre cómo se trata la herencia franquista».

Por ello, ambos coinciden en la «necesidad de recordar de dónde venimos y no olvidar el pasado para no tropezar de nuevo con la misma piedra». Pero la ilustradora no ve el panorama actual «nada optimista». De ahí que le costara dar con el final, hasta que lo desencalló en un viaje a Buenos Aires. Allí vio a las madres de la plaza de Mayo y concluyó con la imagen de una de ellas hablando en una asamblea vecinal, a la que añadió el símbolo del abrazo del padre que perdió a su hijo en el atentado de las Rambles con el imán de Rubí. La numerosa presencia de mujeres en las páginas de En transición es muy consciente. «Mi mirada busca a las protagonistas -añade. La sociedad es 50% mujeres y 50% hombres. Debería ser normal».