Oyó hablar por primera vez del reino de León cuando estudiaba Primaria y llegada la madurez, para encontrarse con algunos de esos rumores, señales y ecos, Joaquim M. Palma (Vila Viçosa, 1952) se echó al camino rumbo al noroeste ibérico y de ese viaje, ajeno a ensoñaciones nostálgicas de esplendores pasados o patriotismos resucitados, nació Por los caminos del reino materno. Viaje de un portugués por tierras del antiguo reino de León (editorial Rimpego), un viaje espiritual por la memoria de seis territorios que, partiendo de Marvao, comienza en Valencia de Alcántara, («con la sensación de que es lugar con mucho que contar»), coge la carretera EX117 (en la que «moran todos los silencios de la península ibérica») y llega a Alcántara, donde se topa con su monumental puente del siglo II y cuenta, sorprendido, cómo en la mitad del tablero aún perviven inscritos los nombres de las once tribus que lo construyeron.

En su recorrido por este primer capítulo del libro al que ha llamado En tránsito por las Hurdes, abandona Alcántara y recorre el pueblo «al que, desde el día que lo descubrió [el libro está escrito en tercera persona], prometió serle eternamente fiel». Es Garrovillas, de la que dice: «Si toda la población fuese destruida y quedara apenas su plaza medieval, incluso así, continuaría siendo la más bella plaza de España», pues la considera «la quintaesencia de las plazas de españolas».

De su paso por el Palancar destaca que allí san Pedro de Alcántara construyó para la cristiandad «una joya asombrosa»: el claustro más pequeño del mundo. «Este templo no es para los ojos» escribe quien recuerda cómo Coria estuvo durante siglos en la sangrienta frontera entre dos reinos medievales, y enumera cada una de las reliquias que están depositadas en su catedral, hasta que se encuentra en Plasencia y sus dos catedrales, de la que «dicen los documentos antiguos que aquí nació la población por ser este un lugar plancentero a lo divino y lo humano», para adentrarse posteriormente en Montehermoso con sus «hermosos montes de alrededor», y pisar las primeras tierras hurdanas en Pinofranqueado, lo que le trae recuerdos de la película que Buñuel rodó en estas tierras (Tierra sin pan), y que le conduce hacia Vegas de Coria, donde «empiezan verdaderamente las Hurdes que piden ser abrazadas», le lleva hasta Fragosa, Martinlandran, y El Gasco, donde «el viajero llega al fin del mundo, extiéndose por sus venas un júbilo que aparece sin ser convidado», para proseguir por La Huetre y Robledo, en cuya cumbre «cualquier humano pierde toda su trascendencia, se convierte en nada», Riomalo ese pueblo en el que comienza el otro valle de las Hurdes, Ladrillar y las Mestas, ese «lugar de paso hacia el mundo exterior» --descibre este maestro de educación Primaria-- y que le conduce hacia el norte, hacia la segunda etapa de su viaje, Atravesando Salamanca, Zamora, León, y de Tras-os Montes, ya de nuevo al otro lado de la frontera portuguesa.

CAPITULOS BREVES / Por los caminos del reino materno es un libro que reúne en uno dos singularidades, primero que es bilingüe (español y Portugal), y segundo que cada etapa son pequeños relatos, a veces escritos a modo de cuentos para niños, capitulillos, como los llama Julio Llamazares en el prólogo, dotando así al relato de ligereza en la lectura, pero sin estorbar a su profundizar, comparándolos el escritor leonés con los haikus orientales, hilvanándose «como poemas en prosa», y que sin ser ninguno igual al otro, (unas veces son descriptivos, otras una meditación abstracta, en otras narra un hecho o peripecia histórica) añaden una mirada diferente, «amorosa y poética, compasiva o entusiasmada, llena de admiración o de pena, pero respetuosa siempre para con lo que está mirando».

El resultado es un libro reposado, alejado de los lugares comunes de los tradicionales y típicos libros de viaje, un libro para soñadores y / o para aquellos que gustan de llamarse viajeros que cuando recorren un territorio lo quieren hacer en armonía buscando el más allá en lo que ven, porque, cómo bien dice Joaquim M. Palma, «cualquier camino tiene siempre muchos caminos, a veces muy diferentes los unos de los otros, pero todos ellos merecedores de una sensible y atenta mirada», pero también es un libro, por qué no, para leer sentado cobijado bajo la sombra de una encina.