Puede que la carretada de nominaciones acumuladas por La La Land sea llamativa, pero para nada sorprendente. Y, del mismo modo que su presencia en tantas candidaturas se daba por hecha, también se asume que varios de los galardones más importantes serán suyos a pesar de ser un musical en el que ni las canciones ni las coreografías son nada del otro mundo, y cuyos actores no cuentan con el canto y el baile entre sus mejores facultades.

Los motivos son varios. De entrada, tiene el factor campo a su favor. Al fin y al cabo, es una carta de amor a la ciudad de Los Ángeles, que es donde viven la mayoría de los votantes, y además funciona como tributo a una cosa que a los votantes les enamora: su propio ombligo.

Tres de los últimos títulos ganadores del Oscar a la mejor película -The artist-, -Argo- y -Birdman- hablaban de la magia del cine o la grandeza de los actores, y ambos temas componen la excusa narrativa de La La Land.

Y, por último, ¿cómo no va un académico de Hollywood a dejarse fascinar por una película por otra parte fascinante que retrata los sacrificios que el camino hacia el éxito cinematográfico requiere?

Muchos de ellos los conocen de primera mano y, quienes no, seguro que fingen hacerlo.