Es una mierda / haberme vuelto cuerda / y no insistir en la misma dirección. / Es una mierda / volver a tener luz y ver tan claro / que soy un nombre más, / en el amado. / Ya como antes no grito, / y sollozo bajito / que yo no soy amada. / Es una mierda, / haberme vuelto cuerda / para nada.

El domingo se celebra el Día del Libro y este año, también, conmemoramos el centenario de Gloria Fuertes, de quien es el poema que acaban de leer. Crecimos leyendo la historia de Las Tres Reinas Magas (sin que nos pareciera extraño que hubiera reinas magas: eso nos pasó después, cuando aprendimos cuál era nuestro lugar) y las aventuras de Coleta la Poeta y a la Gloria Fuertes adulta llegamos mucho más tarde. Porque, cuando Lorca escribe para niños, es genial y, cuando lo hace una mujer, es banal y es para los niños.

Y, sin embargo, que puede que existan, no conozco a nadie que haya comenzado a amar los libros a los 56. Cuando eres pequeño, y descubres que a las hermanastras de Cenicienta, esa paloma que era su hada madrina les arranca los ojos, sabes que toda la crueldad que te habita ha tenido su reflejo. Que jugamos a ahorcarnos, a matarnos y a engañar a los adultos, a batirnos en duelo y a volar en naves espaciales. Y lees La princesa está triste, qué tendrá la princesa, porque eso es lo que hay que estudiar en clase, pero luego llegas a casa y allí está Gloria Fuertes, esa señora a la que le tienes desgastada la portada de todos los libros. Porque tú eres una niña y los suspiros se escapan de tu boca de fresa te parece una cursilada como una catedral (te lo parece a los 40: a los siete ni les digo) y el hada acaramelada te cae muy bien. Cangura para todo, El camello cojito, La momia tiene catarro, La ardilla y su pandilla; Pío Pío Lope, el pollito miope. Y luego, ya luego, Tom Sawyer y Huckleberry Finn y Los Cinco y Torres de Malory y Los Hollister y Los Tres Investigadores y Los tres mosqueteros y Scaramouche y Veinte mil leguas de viaje submarino y Sin familia y El pequeño lord.

Qué suerte crecer con eso y qué suerte que la primera obra de teatro que leyeras en la vida fuera Las tres reinas magas, mucho antes de Tennessee Williams, Lope de Vega, Shakespeare, David Mamet, Federico García Lorca, Antonio Gala y Edward Albee.

El domingo se celebra el Día del Libro, la misma semana en que sabemos que la asignatura de Literatura Universal no puntúa en Selectividad para subir nota, junto a varias otras de Humanidades, que peligran de tal modo que un alumno puede salir de un centro educativo para estudiar en una Universidad (ya se quiera licenciar en biología, ingeniería de caminos o filología) sin saber quiénes son Virginia Woolf, Molière, mi Dickens de mi alma, o sin poder llegar al doctor Samuel Johnson, aunque sea por ver su nombre en alguna parte. Tampoco se aborda en condiciones una asignatura periodística en Bachillerato, de tal modo que aprendan a discernir entre la información real y la manipulación más burda o el alarmismo. Se comparten vídeos que se hacen virales y que luego son falsos, pero ya han sembrado el odio. Se dice que el arroz engorda igual que un donut. Que la cerveza es buena para la salud. Y la gente, oigan, se lo cree. Como si fuera una religión. Sin ningún dato científico, porque las grandes corporaciones nos manipulan y el Gobierno nos miente (así, en general, incluso en el etiquetado de los alimentos y en las recomendaciones sanitarias) y la homeopatía es buena y me funciona.

Y, mientras tanto, en este país en el que se lee poco (y, a veces, se lee mal), tenemos dos grandes grupos copando el mercado literario, con su concentración de poder, parecida a la de los hipermercados, que son muy cómodos pero terribles, y un sinfín de pequeñas y medianas editoriales cuidadosas y una miríada de librerías cuya preocupación no es establecer lugares de encuentro culturales, salvo honrosas excepciones, sino poder llegar a fin de mes y pagar a los distribuidores. En medio de todo esto, hay oasis. Uno de ellos, pequeñito, se llama Psicopompo y también es un café. Está en Cáceres. Allí, a las ocho y media, esta tarde, estará Hasier Larretxea. Conocí a Hasier Larretxea hace diez años, cuando publicó Azken bala/La última bala, que era un poemario sobre el conflicto vasco, en edición bilingüe euskera-castellano en los tiempos en los que ETA había abandonado su alto y el fuego y mataba mucho. En aquellos tiempos, si hablabas de ETA en Extremadura, quizá no pasaba nada. Si hablabas en euskera de la kale borroka en el valle del Baztán, lo mismo sí.

Luego se fue a vivir a Madrid, conoció a Zuri Negrín, que es un señor que diseña unas portadas de libros maravillosas y su padre, Patxi, ya supo que su hijo no se iba a dedicar a los deportes tradicionales vascos, como él. Eso sí: ahora actúan juntos. Uno corta madera de haya y acarrea piedras y otro recita. Rosario Gortari es la madre de la familia y, los que les hemos visto en acción, sabemos que, aunque se mantenga (como muchas mujeres) en segundo plano, Rosario es el hacha y es la piedra y el pilar.