Ocurre a menudo que futbolistas que han formado parte de nuestras vidas cuelgan las botas, regresan a sus lugares de origen y se mantienen en un relativo anonimato hasta que, un mal día, se conoce su fallecimiento. Ayer fue uno de esos días: Fernando Alanís, conocido futbolistísticamente como Mateo, fue enterrado en La Palma del Condado (Huelva). Llegó a Extremadura a principios de los 70, al Don Benito, pero su etapa más recordada la pasó en el Cacereño, desde 1975 a 1981.

En Cáceres dejó muchos amigos. Aparte de por sus enormes cualidades físicas para el centro de la defensa, por su afabilidad. "Siempre parece que se dice lo mismo cuando alguien muere, pero en este caso es verdad". Lo dice su compadre Oñi, el zaguero también onubense con el que llegó de la mano y que acabó echando raíces en la capital cacereña. Ambos mantenían un gran contacto, pese a que Mateo había regresado a La Palma del Condado y regentaba una tienda de electrodomésticos.

Recuerdos

De Mateo se menciona casi siempre su impresionante planta física. "Era enorme. Intimidaba muchísimo a sus rivales", cuenta el periodista deportivo Paco Mangut, de cuyos archivos han salido unas fotos que realmente lo atestiguan.

Cerca de los 60 años, su muerte ha sido rápida. Hace unos meses se le detectó un tumor que le hizo perder un ojo. Era ya tarde y el fatal desenlace le sobrevino el miércoles. Atrás quedan los años mandando en la defensa como uno de los protagonistas de la inauguración del estadio Príncipe Felipe, en 1977 en aquel Cacereño con el también desaparecido Riesgo y Munárriz como estrellas en ataque. Tras su retirada se reconvirtió a técnico de televisión y de vez en cuando regresaba a Cáceres a ver a sus amigos.