Todo estaba preparado en las filas del Rabobank para que Oscar Freire, animado y ya en plena forma, se estrenara en la Vuelta. Solo había un inconveniente. El peor. El insalvable: Mark Cavendish. El chico de la isla de Man (25 años) que a su temprana edad, cuando otros corredores todavía no han despuntado sobre una bici, ya lleva 12 victorias de etapa en el Tour. Una docena. Casi nada. 12 en Francia por 0 en la Vuelta. Hasta ayer en Lleida, en la despedida catalana de la ronda española.

Quería Freire sentirse poderoso en un esprint. Lo necesita porque ya tiene en la mente el gran objetivo del año, de todos los años, el Mundial de ciclismo, que este año se disputa en Melbourne (Australia), carrera que ya ha ganado tres veces, como Eddy Merckx, y que desea dominar una cuarta, lo que no ha hecho ningún corredor en todo el firmamento ciclista.

POR LA DERECHA Su amigo Pedro Horrillo, tantas veces lanzador de Freire, el mismo que hace un año casi se mata en el Giro, era el informador, el espía del Rabobank, el mismo que en un coche auxiliar del conjunto holandés habló por la radio interna. La noticia llegó al pinganillo de Freire. Voz clara. "Oscar vigila en la última curva, hay algo de arena y es muy peligrosa. Llega después de una rotonda que debes tomar mejor por la derecha". Oido y memorizado. Freire fue por la derecha. Freire tomó la curva bien colocado, pero a su lado, como misiles en busca de un objetivo, sin miedo a caer, tumbados como si fueran en motocicleta, los ciclistas del Columbia impulsaban a Cavendish, sin miedo, sin cadena, con rabia, que ya estaba bien de quedar siempre segundo en la Vuelta.

Igor Antón, jersey rojo en el pecho, sabía que la ruta entre Andorra la Vella y Lleida, tenía que ser, sobre el papel, una jornada de recuperación, como la de hoy en Burgos, con la mirada puesta en el triple menú de llegadas en alto consecutivas desde mañana: Peña Cabarga, Lagos de Covadonga y Cotobello.