La Copa Ryder de golf no se moverá del Viejo Continente tras un triunfo récord --tercero consecutivo-- en el K Club de Dublín y una aplastante victoria sobre los Estados Unidos por 18,5-9,5.

El marcador iguala el más abultado de la historia de la Ryder para Europa, conseguido hace dos años en Oakland Hills.

¿Por qué nunca ganamos la Ryder Cup, papá? La pregunta la fórmula un niño estadounidense de casi siete años. El padre, con la mayor claridad posible, contesta: "Mira, hijo. Antes siempre dominábamos esta competición, cuando jugábamos sólo frente a británicos. Pero desde 1979, se dio entrada a jugadores del resto de Europa y las cosas comenzaron a cambiar".

"El español Seve Ballesteros fue el pionero de esa incursión", prosigue el padre, "y por culpa de ese español genial comenzamos a tener problemas". "Ahora, la Ryder no la ganaremos casi nunca, pues espíritus parecidos al de Seve inundan el vestuario europeo. Son una piña, y los nuestros hacen la guerra cada uno por su cuenta". Igual que el progenitor a su hijo, la historia reciente de la Ryder no engaña a nadie. De las últimas once ediciones, Europa se ha impuesto en ocho y, por primera vez, las tres últimas de manera consecutiva (2002, 2004 y 2006). El siglo XXI está, pues, gobernado por el golf europeo.

INCONTESTABLE La última victoria norteamericana se escenificó en el Club de Campo de Brookline (Boston) en 1999, tras una milagrosa remontada final, rodeada de un polémico comportamiento del público.

Estados Unidos, tras ser zarandeada en las dos jornadas anteriores de partidos por parejas, se vio abocada a remontar un marcador de 6-10. La misma desventaja que enjugó el equipo americano en la citada edición de 1999.

"Nada es imposible. ¡Todavía podemos ganar!", clamaba la víspera Lehman para insuflar ánimos a un abatido equipo norteamericano obligado a virar la desventaja. El espíritu de Tom Lehman, el capitán estadounidense, que vivió como jugador aquella Ryder del 99, tuvo en Stewart Cink a su mejor valedor.

Cink, imbuido de ese espíritu y con un golf deslumbrante, arrolló por 4 y 3 a Sergio García, el alma mater de los europeos en las dos jornadas precedentes (4 partidos y 4 victorias).

García quedó tumbado en el hoyo 15, a la par que se hizo añicos su intento de pasar a la historia de esta competición como el único capaz de ganar sus cinco partidos. La mala noticia corrió como la pólvora por el K Club. De inmediato se propagó una corriente negativa, pero que enseguida sufrió un repentino cortocircuito. El veterano escocés Colin Montgomerie, de 43 años, se deshacía de David Toms, para dar a Europa un punto con enorme carga psicológica.

ABRAZOS AL FINAL Monty sumó un punto más para Europa, el primero de la jornada, y ya sólo faltaban tres para retener el trofeo. Esos tres puntos, vitales, llevaron la marca de Inglaterra. Fueron donados por los ingleses Paul Casey (2 y 1 frente a Jim Furyk), David Howell (5 y 4 ante Wetterich) y Luke Donald (2 y 1 a Chad Campbell).

El honor de embocar el putt que rubricó un triunfo histórico recayó en el sueco Henrik Stenson (4 y 3 frente a Vaungh Taylor), para dejar casi sin emoción lo que restaba.

Sin embargo, aún hubo un instante de enorme carga emocional. Se produjo minutos después, cuando el norirlandés Darren Clarke, cuya mujer, Heither, falleció el pasado 13 de agosto tras una lucha de más de dos años contra el cáncer de mama, daba a Europa el punto decimosexto.

Clarke se sumergió en un mar de lágrimas, mientras alguno de sus compañeros lo abrazaban realmente alborozados.

Media hora después, Clarke (tres partidos jugados y tres ganados) y su amigo José María Olazábal (también tres de tres) se fundieron en un abrazo, eterno, entre lágrimas, cuando el vasco acabó por derrotar a Phil Mickelson. El instante fue otro de los trofeos que da el deporte.