Hubo un momento mágico, extraordinario. Hubo un instante en el que Mikel Landa se puso delante de todos los favoritos y atacó. Solo ante el peligro y con 4 kilómetros para la cima del Izoard, el último coloso en el guión del Tour. Hubo otro momento, ya en la Casse Déserte, el paraje más simbólico del monte, esencia de Fausto Coppi y Louison Bobet, de viejas historias, de antiguas hazañas, en el que Landa miró hacia atrás. Había atacado Chris Froome. Había dejado por unos instantes la compañía de Romain Bardet y Rigo Urán. Se paró y esperó a su jefe como adviertiendo al mundo, al planeta ciclista, que cumplía órdenes… por última vez en una montaña del Tour.

Froome ya lo tiene, un triunfo, un cuarto Tour en el bolsillo. Le queda solo una contrarreloj de 22 kilómetros en Marsella, mañana, tras la etapa llana de hoy en Aix en Provence. Debe ser una jornada contrarreloj convertida en un trámite para él. Ni soñando, ni sintiéndose en el paraíso ciclista, Bardet sería capaz de contrarrestar a Froome y, ciertamente, Urán lleva mucho tiempo sin tener una buena actuación contra el cronómetro. Fue el más flojo de todos los favoritos en la inauguración de Düsseldorf.

OTRO TRIUNFO DE BARGUIL / Allí donde Coppi y Bobet hicieron historia en los años 50 -en la cumbre del Izoard hay un monumento que homenajea a ambos-, allí donde Warren Barguil ganó la etapa, la segunda que consigue en este Tour y demostró que era un rey de la montaña con corona de oro, Froome se sintió feliz porque derrotó a una cordillera alpina que siempre le resulta esquiva y porque por primera vez, aunque solo mantenga 23 segundos de ventaja sobre Bardet, sintió que empezaba a tener la carrera ganada... el triunfo que más le costará, si no tiene ningún contratiempo inesperado hasta los Campos Elíseos.

¿Qué habría sido de Froome sin Landa a su lado? ¿Y también, por qué no decirlo, sin Michal Kwiatkwoski, el antiguo campeón del mundo, y Mikel Nieve? Se dice que el ciclismo es un deporte individual. ¡Mentira! ¡Totalmente falso! Sin el potencial del Sky, sin un Kwiatwoski que todo líder querría tener a su servicio para cogerle, incluso, la bolsa del avituallamiento, seguramente Froome no ganaría este año el Tour. Porque Froome no ha sido, tampoco ayer en el Izoard, aquel ciclista que se iba en solitario cuando atacaba en Ax-3-Domaines (2013) o en La Pierre de Saint Martin (2015). Siempre, y ayer en el Izoard no fue la excepción, ha sido capturado por los rivales, quienes, por otro lado, tampoco han tenido la energía suficiente para dejarlo atrás, a excepción del muro del altipuerto de Peyragudes.

EL PLAN DEL CONJUNTO SKY / Todo estaba preparado y estudiado en el Sky para que Froome se luciera en la montaña de Coppi y Bobet. Estaba previsto el ataque de Landa para ver cómo respondían los rivales, una ofensiva que, de hecho, sirvió para fulminar a Fabio Aru. «Froome me dejó ir para que trabajara el resto de contrincantes y porque hasta París no nos podemos relajar», aseguró el corredor vasco en la cima del Izoard. Si Landa atacó fue porque se lo ordenó Froome, porque el plan del británico era demarrar cuando llegaba la pequeña bajada que lleva hasta la Casse Déserte (la zona sin vegetación del Izoard, el símbolo turístico y ciclístico del monte), conectar con Landa, que lo estaba esperando, y hasta a ser posible llegar los dos juntos a la meta para emular a Bernard Hinault y Greg Lemond, en Alpe d’Huez, en el Tour de 1986, cuando ambos corredores llegaron a la meta cogidos de la mano.

Pero Bardet y Urán resistieron su empuje; un día más, y una subida más no le quedó más remedio a Landa que volver a sacrificarse por su jefe de filas.

BONIFICICACIÓN DE BARDET / Bardet arañó cuatro segundos por la bonificación. Un tiempo insignificante en la lucha por la victoria final e insuficiente para poder creer en una victoria francesa. El Tour 2017 todavía no se ha acabado pero Froome respiró alviado. «Doy las gracias al equipo. Estoy muy contento porque en los Alpes siempre tengo problemas». Gracias equipo… y gracias sobre todo a un Landa que no volverá a subir nunca más por el Izoard, por el Galibier o por la Croix de Fer siendo segundo de nadie.