E n pleno siglo XXI, todavía siguen sucediendo cosas propias del XIX, también en el deporte. Este periódico publicaba el viernes un reportaje sobre la figura de Mahmoud Ahmed, jovencito saharaui de 16 años que, por mor de la burocracia, no puede jugar partidos oficiales con sus amigos de Casar de Cáceres, en cuya escuela deportiva está integrado como uno más.

Mahmoud, me contaba su entrenador, Víctor Colo, tiene un talento incontestable. Esto es, en realidad, lo de menos. Lo que parece un anacronismo es que este chico, que durante todo el curso vive en la localidad cacereña y que ha sido acogido por una familia del pueblo, se sienta frustrado por no poder hacer lo que más le gusta, que es disputar partidos. Su escuela se afana, eso sí, por compensarle organizando torneos y encuentros amistosos. Bravo por ellos.

Pero la normativa FIFA y todo lo que supone en este mundo globalizado según interese o no para tal o cual cuestión, no permite que Mahmoud pueda meter goles en los campos extremeños.

La Federación Extremeña de Fútbol se remite a las dificultades añadidas, recuerda que el Atlético, el Madrid y el Barça han sido sancionados por no respetar las normas y, en definitiva, pone una traba tras otra para no poder agilizar los trámites. Que en realidad priva más lo humano que lo competitivo. Y digo yo: ¿y por qué no pueden convivir y complementarse ambos aspectos?

Me parece de una discriminación absoluta que deportistas de este perfil vean cercenados sus derechos, perdidos por los laberínticos designios del fútbol mundial. Señores de las federaciones: peleen por este chico y por su felicidad, y también por otros casos similares que están ocurriendo en la región. ¿Que van a tardar y que incluso no lo van a conseguir? Puede que sea así, pero: ejerzan presión. Que Mahmoud es una persona más, oigan.