A Lance Armstrong lo cuestionaron en Francia desde el primer día. Por ello, hace unos meses aseguró que no volvería a poner los pies en el Tour, que esta carrera ya era historia: un libro cerrado. Ahora romperá su compromiso personal para apoyar hoy a Alberto Contador en la decisiva contrarreloj, donde el madrileño se juega la victoria frente al australiano Cadel Evans. Cuenta con 1.50 minutos de ventaja. ¿Será suficiente?

Contador, ayer mucho más sonriente, ayer más comprometido con el jersey amarillo, ayer más acostumbrando al peso de la prenda, ya ha constatado que en los tiempos que corren vestir el maillot de líder del Tour entraña problemas antaño impensables.

Ayer, en Cahors, una televisión interrogaba a directores franceses sobre Contador. Y no de cuestiones deportivas. Es el peso de la moda por vestir de amarillo. Es la caza de brujas desatada en el Tour, en una ronda francesa herida por la trampa de Alexandre Vinokurov y la poca transparencia de Michael Rasmussen, que supuso su exclusión. Contador debe soportar sobre su piel la ingrata conexión del dopaje con este deporte y porque recibió de Rasmussen una prenda envenenada, que levanta codicia y por la que debe aportar explicaciones que hace años habrían estado fuera de lugar.

Todo esto lo sabe Armstrong. "Será el arma secreta de Contador", repite Johan Bruyneel, el director. Armstrong le respalda. Si aguanta a Evans será el campeón de un Tour herido. Para desgracia suya.