Una bola a la esquina muy profunda y baja, de revés cortado. David Ferrer la devuelve aún más baja, cruzándola contra el revés de Roger Federer. Los dos tenistas mantienen el pulso con intercambios espectaculares, pero el suizo acaba el punto con un golpe de muñeca que cruza de revés a poco más de un metro de la red. Un tanto genial, de maestro, que levanta la admiración y el aplauso de los 15.000 espectadores que ayer abarrotaron el estadio Qi Zhong de Shanghái para asistir a la final de la Copa Masters de tenis.

El número uno del mundo levanta orgulloso y feliz el puño al aire para agradecer la ovación. No era para menos. Ese golpe era la demostración de la perfección en la pista. La razón por la que ayer Federer derrotó a Ferrer por 6-2, 6-3 y 6-2 y conquistó su cuarto Masters, quedando ya solo a uno de los que ganaron los estadounidenses Ivan Lendl (de origen checo) y Pete Sampras. Superarles parece solo cuestión de tiempo.

Y ante esa demostración, poco hay que decir. Ferrer hizo lo que pudo, pero Federer le despertó de su sueño de golpe. Posiblemente no se sintió sentado sobre una calabaza y chupando un palo mientras las campanadas de palacio daban las 12. Pero después de 1 hora y 38 minutos el tenista alicantino se despertó al lado de Federer, levantando una copa de cristal que le acreditaba como subcampeón y chapurreando en inglés los agradecimientos de rigor a los patrocinadores, el público, la familia y el grupo técnico.

No era el final feliz que había soñado durante una semana, pero sí la mejor realidad que nunca podía imaginar que protagonizaría. Estaba al lado del mejor. "Un fenómeno. El mejor tenista de la historia. Capaz de hacerlo todo bien, el saque, la volea, el resto, controlar el ritmo del juego y que, para mí, no tiene ni un punto débil", admitía Ferrer.

EN UNA NUBE Desde que apareció en la pista, tras cruzar una nube de humo mientras por los altavoces sonaba We are the champions, la presentación habitual de cada vez que se jugaba un partido, Ferrer sintió por primera vez en esta mágica semana que iba a volver muy pronto a la realidad. "Estaba nervioso. Era mi primera gran final. Se me ha puesto la piel de gallina solo de pensar donde estaba", admitió.

Sus pulsaciones estaban disparadas. En el vestuario, Javier Piles le había dado los últimos consejos y animado. Pero la sensación de Ferrer no era la de siempre. Su sentimiento era de resignación. Ayer no iba a una fiesta; Ferrer se sentía como quien va al matadero. Tenía sus motivos. Federer le había ganado de forma contundente en los siete anteriores enfrentamientos. El español solo había conseguido arrebatarle un set (este año en Hamburgo) y forzarle un tie break (16-14) el año pasado en Basilea. Poco bagaje para intentar romper la racha. Y así fue.

UNA VACA LECHERA Ferrer no tuvo armas para plantar batalla a Nai Niu (vaca lechera), nombre con el que los aficionados chinos han bautizado desde hace años a Federer. El tenista suizo tomó el mando de la situación desde el inicio. No quería ninguna sorpresa. En 26 minutos ganó el primer set tras salvar un break point en el segundo juego. Un lapsus para un partido que dominó a placer. En los dos primeros sets ganó en blanco su servicio en cuatro ocasiones y solo cedió tres puntos de los 30 que jugó con el servicio en su poder. "No solo era su saque; tiraba restos a la línea y me era muy difícil controlar los golpes, nunca me siento cómodo jugando contra Roger, no es nada divertido", admitió Ferrer.

UNA APISONADORA A pesar de eso, Ferrer no se rindió. "Qué menos que luchar", decía. Lo intentó en el tercer set. Dispuso de tres rotura sobre el saque del suizo en el primer juego, pero se sintió impotente. "Intentaba abrir más la pista, hacerle correr, presionarle con mi derecha. Pero no veía hueco. Me ha pasado por encima como una apisonadora. He estado muy lejos de hacerle daño", admitía, decepcionado.

Federer no le dejó. Ha acabado la temporada con ocho títulos más en su palmarés. A sus 26 años, ya ha conquistado 53, entre ellos 12 Grand Slam y 4 Copa Masters. Se embolsó por su victoria 1.300.000 dólares, cifra que ha añadido a una cuenta que por cuarto año consecutivo ha rebasado los ocho millones.