Los fantasmas del pasado han retornado a Irlanda. En un país de poco más de cuatro millones y medio de habitantes, 100.000 ciudadanos tienen previsto emigrar durante los próximos cuatro años. La historia vuelve a repetirse. Millones de irlandeses tuvieron que dejar su tierra en el pasado, forzados por el hambre. Ahora es una nueva generación, la que ha crecido precisamente en la década de los 90, en pleno boom económico, la que no ve futuro en casa. Australia y Nueva Zelanda son para ellos el nuevo El Dorado.

La economía irlandesa se halla en una situación desesperada. El hundimiento del sector bancario, cuyo rescate se calcula en 50.000 millones de euros, ha arrastrado al Estado al borde de la ruina. El país ha acumulado deudas de más de 100.000 millones y el déficit del PIB será para finales de año del 32%.

La situación es, a juicio de todos, insostenible, pero Irlanda se resiste a aceptar un plan de ayuda similar al de Grecia. "Tenemos que resolver nuestros problemas por nosotros mismos", decía ayer el ministro de asuntos europeos, Dick Roche, mientras aumenta la tensión y las presiones. El Gobierno irlandés repite desde hace varios días que puede controlar las deudas. Pero los mercados no creen en la solvencia económica del país. Y la situación irlandesa amenaza con desestabilizar de nuevo el conjunto de la UE, como ya ocurrió en el caso griego.

La resistencia de Dublín a aceptar ayuda exterior es en buena medida política. Para entenderla hay que echar un vistazo a la historia. Durante siglos el destino de Irlanda lo decidieron otros. La lucha por zafarse del poder británico fue larga y sangrienta. Y si de algo están los irlandeses orgullosos es de su libertad y su independencia.

La humillación es aún mayor, porque la prosperidad en la isla aumentó como en ningún otro lugar de Europa en los 90. Aquel despegue, alimentado por el ladrillo y los créditos fáciles, fue puesto como ejemplo al resto del mundo. Irlanda pasó a ser el tigre celta, apodo que ahora se recuerda con amargura.

La incertidumbre no es solo económica. La inestabilidad del actual Gobierno de coalición, formado por la derecha y los ecologistas, complica la tarea. En estos momentos su mayoría en el Parlamento es tan solo de tres escaños, y hay cuatro elecciones parciales pendientes.