La discusión sobre quién ganó o perdió el debate del lunes no es sino una reproducción más de la polémica con que viene cargando España desde el ¿inaceptable? momento en que la derecha perdió el poder. Las mismas voces, las mismas plumas, las mismas caras, los mismos argumentos. Introducir en este laberinto de pasiones un mínimo de objetividad es imposible. La cosa pública, la política, está muy borde, tanto que no caben ya las medias tintas ni los distanciamientos. José Luis Rodríguez Zapatero, que intuye el hartazgo de la ciudadanía ante lo que ha sido esta legislatura, ofrece su victoria como factor de vuelta a la normalidad (él, en el Gobierno, y la derecha, condenada a la catarsis). Y reclama que el triunfo sea innegable, aplastante. Mariano Rajoy, a su vez, se contenta con no haber perdido un voto pese a meterse durante el cara a cara en el jardín iraquí.

En una prueba palpable de que el líder del PP no acabó de quedarse a gusto en su duelo nocturno con Zapatero, Rajoy asumía el día después que erró al enredarse con los temas de Irak y el 11-M, "que ya están amortizados". "Pero no perdí ni un solo voto", remató. Seguro que tiene razón. Solo que el problema no es cuántos votos pierde, sino cuántos gana. Porque si la participación sube más allá del 70% la derecha va a necesitar algunos sufragios más de los que presumiblemente tiene atados.

¿Quién ganó? Ustedes mismos. Las encuestas han dado vencedor a Zapatero por márgenes más amplios aún que en el anterior cara a cara. Los comentaristas de ideología conservadora otorgan la corona del vencedor a Rajoy, pero alguno de ellos se desliza ya hacia una especie de posición alternativa ante una eventual derrota del PP.

Pero hay un método mucho más serio y científico para determinar el tanteo final del debate definitivo : las apuestas on-line. Nada más acabarse el cara a cara, Rajoy, que ya pagaba 3 a 1, pasó a 7 a 1; por su parte, Zapatero estaba prácticamente a la par. O sea, que quienes se juegan su pasta en el envite no parecen tener dudas de la victoria socialista. El asunto está tan zanjado que han surgido nuevas ofertas lúdicas (por llamarlas de algún modo). Por ejemplo, se puede apostar si habrá mayorías absolutas o en una quiniela con los catorce duelos provinciales más relevantes.

Mítines y cabreos

Ayer siguieron los mítines. El secretario general del PSOE se fue por la mañana a la Universidad Carlos III, llenó de estudiantes el pabellón de deportes y arrulló los juveniles oídos con llamadas al voto y ofertas ad hoc . Por la tarde, en Badajoz, Zapatero, embalado, reclamaba más votos para alcanzar la mayoría absoluta (aunque no lo dijo tan claro). Rajoy, por su parte, andaba por su Galicia, y en Vigo volvió a meter en campaña a su niña (¡pero que contumaz es este hombre!) defendiéndola de los chistes y críticas de los "intelectuales que van de progres". Aprovechó bien la coyuntura para advertir: "Hoy por ayer las páginas de Economía de los diarios parecen las de Sucesos". Y siguió con lo suyo.

Al defender a su extravagante criatura, el jefe del PP debía pensar en los artistas y creadores que apoyan a Zapatero y que hoy mismo volverán a salir a la palestra para ponerle a la campaña más acentos circunflejos. El mito de los intelectuales de izquierda sigue vivo, al parecer.

Ha habido, por cierto, otro cara a cara, anterior incluso al de los dos números uno . Se trata del debate entre Chaves y Arenas en la televisión andaluza. Los dos candidatos a la presidencia de la Junta cumplieron con solvencia. El socialista, que suele manejarse mal en tales aconteceres, estaba encantado de haber salvado la cara. Ese sí que tiene la victoria atada y bien atada.

Decir que los partidos minoritarios echan fuego por la boca es quedarse corto. Huelen el zarpazo de los dos grandes, hasta el punto de que Egibar, del PNV, afirmó que esta campaña tan bipolar "es antidemocrática". Duran, de CiU, tampoco estaba contento, precisamente. Ambos partidos, junto a IU, van a seguir clamando contra los debates a dos . Llamazares, que también se la ve venir, proclamaba ayer que el PSOE tiene la partida ganada, que su coalición está lista para hacer un pacto de izquierdas y que los progresistas deben ahora apoyarle a él y a los suyos para condicionar a Zapatero.

Y Rouco, presidente de la CEE. La radicalización de la derecha social no cesa. En el PSOE, encantados. Hechos así movilizan a los electores que Elorriaga quiere desactivar