El era el novelista con más lectores y prestigio del momento. Ella luchaba a brazo partido por ser considerada entre sus iguales como la gran intelectual que era, sin el menor victimismo --que ya tiene mérito-- y sin renunciar al disfrute de la vida, lo que la ponía en la picota del escándalo día sí y otro también. Benito Pérez Galdós y Emilia Pardo Bazán. La imagen de cada uno en el momento de conocerse --tiempo antes de la primera carta fechada en 1883-- no puede ser más distinta. La novelista y futura condesa, oronda, excesiva de papada y kilos --aunque en los cánones del momento las señoras entradas en carnes hacían furor--, decididamente fea pero no por ello menos orgullosa de su físico que adornaba con ostentación, tules y lazos. A Benito Pérez Galdós, larguirucho y desgarbado, solterón y mujeriego, con una larga galería de relaciones amorosas secretas, se le aprecia la mirada esquiva.

Uno de esos amores fue Doña Emilia. La correspondencia de la pareja, las 93 cartas que se conservan, de las cuales solo una es del autor de Fortunata y Jacinta, se publica ahora completa en 'Miquiño mío' Cartas a Galdós (Turner) en edición de los profesores Isabel Parreño y Juan Manuel Hernández. Ya se conocían las que despiertan más morbo, las encendidas misivas de Pardo Bazán, que Carmen Bravo Villasante dio a conocer en 1975, y el resto vieron la luz en diversas revistas, pero no habían sido reunidas en su totalidad en un libro. El epistolario se desarrolla durante más de 30 años, entre el 5 de abril de 1883 y el 3 de marzo de 1915, y da cuenta de los vaivenes de la relación. "A través de la lectura puede verse cómo van pasando de la mutua admiración para desembocar en una relación más pasional e íntima, hasta acabar en una amistad algo más distanciada en la que perdura el cariño y puede apreciarse la colaboración intelectual", explica Parreño.

El gran descubrimiento es la mujer profundamente libre y moderna que surge de estas cartas. A la Pardo Bazán su padre el conde, un adelantado en la materia, solía recalcarle que no podían existir dos morales distintas para ambos sexos y ella aprendió bien la lección. Desde muy joven devora la biblioteca familiar, domina varios idiomas, lee a Shakespeare en inglés, viaja por toda Europa, se interesa por la ciencia y decide que nada entorpecerá su destino literario. Cuando su marido, abrumado por el descarnado naturalismo de las novelas de su esposa le prohibió seguir escribiendo, ella decidió que hasta ahí habían llegado y se separó de él para vivir a su antojo. Es entonces, hacia 1989, cuando sus cartas con Galdós, hasta entonces comedidas, se desatan en un romance sin tapujos. Ella tenía 36 años, el 48.

"Miquiño", "ratoncito" --¿quizá por los bigotes del escritor?--, "monín", a la zalamera gallega desbordando vitalidad y buen humor no le avergüenza escribir cosas como esta: "Me están volviendo tarumba tus cartitas". "No es pálido el cariñito que te profeso, no, mamarracho mío, pero estoy rendida". "Pero como decía Pessoa, todas las cartas de amor son ridículas y ¡ay! del que no haya escrito nunca una carta de amor ridícula", sostiene Parreño.

La relación de la pareja, pese a su vertiente intelectual, es, no hay la menor duda, absolutamente carnal: "Ayer pasé soñando contigo toda la noche. Ya ves si necesitaré hacerme violencia para tratarte con amor y para apretarte con delirio. ¿Quieres que te diga la verdad, siempre me he reprimido algo contigo por miedo a causarte daño físico; a alterar tu querida salud. Siempre te he mirado (no te rías ni me pegues) como los maridos a las mujeres delicaditas".

NIDO DE AMOR El romance, que mantuvieron oculto --hay señales muy precisas por parte de Pardo Bazán de cómo tenía que ser el piso que Galdós debía alquilar en Madrid para los encuentros furtivos--, duró unos pocos años y aunque se planteaba como una relación abierta --la condesa sabía de los muchos amoríos de Galdós y bromeaba con ello en las cartas-- pero superó una dura prueba.

En la primavera de 1888, en pleno relación con Galdós Pardo Bazán viajó a la Exposición Universal de Barcelona acompañada de su buen amigo Narcís Oller. El catalán le presentó al guapo coleccionista de arte José Lázaro Galdiano, 10 años más joven que ella y se produjo un flechazo que les llevó a aislarse en Arenys de Mar durante unos días. Luego, como en los viejos melodramas, Oller se fue de la lengua con Galdós. Pero Doña Emilia dejaba el melodrama solo para sus novelas, en sus respuestas, se supone que a las dolidas quejas de su amado, no hay culpabilidad: "Creí que sería transitorio (...) Me equivoqué me sentí apasionadamente querida y contagiada".

"Leyendo sus cartas es imposible no quedar prendido de su gracia --asegura Juan Manuel Hernández, coautor de la edición-- y eso pasaba también en su vida privada. No siendo guapa, seducía".