Nacido en 1978 en Cáceres, Luis María Marina ha compaginado su profesión de diplomático en Méjico y Lisboa, con su afición por las letras, habiendo publicado los poemarios Lo que los dioses aman (El Tucán de Virginia, México, 2008), Continuo mudar (Editora Regional de Extremadura, Mérida, 2011) y un libro de crónicas sobre la ciudad de México, Limo y luz. Estampas luminosas de la ciudad de México (Dossoles/Ficticia, 2012). Ha traducido al poeta portugués Alberto de Lacerda (El encantamiento , Olifante, 2012) y colaborado con las revistas literarias Clarín, Revista de Nueva Literatura, Quimera, La Jornada Semanal, La Otra y la Revista UIC (Universidad Intercontinental de México).

--¿Cómo se define Luis María Marina?

--Como alguien que sabe reír.

--¿La diplomacia tiene algo de poesía?

--Poco; de ser algo sería prosa (y más bien aburrida). Otra cosa son los diplomáticos; ciñéndome a los mexicanos: Nervo, Reyes, Gorostiza, Paz, mis amigos Hugo Gutiérrez Vega (autor de unos magníficos Cantos de Plasencia ) y Jorge Valdés Díaz-Vélez... y no sigo.

--¿Cómo se ve desde el exterior la situación de las letras extremeñas?

--Desde el exterior cercano (este de Portugal), con una mala salud de hierro, que es lo máximo a que pueden aspirar las letras de cualquier lado en los tiempos que corren.

--¿Hemos dado demasiado tiempo la espalda a la literatura portuguesa?

--Sí. Sobre todo a la poesía. Y sobre todo teniendo en cuenta que la poesía lusa vive en el XX su "siglo de oro", alcanzando alturas inigualables, y lo que es más difícil, sostenidas en el tiempo a lo largo de varias generaciones. Aun dejando aparte a Pessoa (una tradición en sí mismo), pocas tradiciones poéticas del siglo pasado pueden competir con una nómina en la que figuran Jorge de Sena, Sophia de Mello Breyner Andresen, Eugénio de Andrade, António Ramos Rosa, Carlos de Oliveira, Mário Cesariny, Nuno Júdice...

--¿Qué secretos esconde Lo que los dioses aman ?

--Pues casi todos, porque es un libro bartleby, tímido, escrito por un novel, publicado en México en una editorial cuyos libros escasamente circulan, y que, sinceramente, no sé si merezca el indulto que le permita salir de la bodega en que se esconde desde hace unos años.

--¿El continuo mudar despierta el hambre de poesía?

--Más bien se retroalimenta; de manera que invita siempre a seguir mudando, sin nunca cambiar realmente de lugar. Y algo así entiendo yo por poesía.

--Una imagen luminosa de Cáceres para tu Limo y luz personal

--Quizá la de esa torre tan singular del palacio de los Toledo-Moctezuma, con su cúpula blanca en medio del adusto gris del granito que domina en la parte antigua, y con ese nombre exótico, símbolo de que lo excéntrico es siempre necesario.

--¿En qué medida ha influido la poesía latinoamericana en la nuestra?

--Si hablo de mi generación, diría que hemos leído bastante poesía latinoamericana. Claro que no siempre la mejor. Yo, por ejemplo, antes de vivir en México había leído mucho a Benedetti, poco a José Emilio Pacheco y nada a Gorostiza. No sé si eso es sólo símbolo de que mi cultura literaria, como decía Julio Ramón Ribeyro, no llega ni siquiera a bazar, como mucho mercado de pulgas, o representa una tendencia más extendida. Espero fervientemente que sea lo primero.

--¿De qué está hecho Materia de las nubes ?

--Materia de las nubes está hecho de Lisboa; como Lisboa algunos días parece hecha de la "materia de las nubes". Y ambas de Cam3es, pues de un verso de sus Lusíadas está tomada esa imagen.

--¿El escritor debe estar al margen de la política o la escritura puede ser un arma de compromiso político?

--No creo que exista "poesía pura". La literatura vale para casi todo; está hecha, al cabo, de palabras, y las palabras son instrumento. Con las mismas palabras se construye el más bello poema y una sentencia de muerte.

--Un recuerdo de la infancia.

--Falar. Viví unos cuantos años de mi infancia en la Sierra de Gata, en Eljas. Y quizá de aquella 'fala' me viene este amor por la lengua portuguesa; que mucho de portugués hay, digan los filólogos lo que digan, en aquella manera de falar.

--Un viaje inolvidable.

--Recorrer en coche el camino que va desde la ciudad de México hasta Oaxaca, viendo cómo el planeta entero, todas sus posibles orografías y paisajes, se comprimen en seiscientos kilómetros. Si es posible, oyendo las cien grandes canciones de José Alfredo Jiménez en el reproductor de cedés.

--Un reto como escritor.

--Escribir sobre mis raíces.

--Una reflexión ante la vida.

--Tengo la suerte enorme de que mi mujer, Piedad, me dijera un día, "iremos donde tú quieras". Hace poco nació nuestra primera hija, Sofía, en Lisboa. Vivir, para mí, es cambiar, pero siempre con ellas a mi lado.

--Una anécdota divertida.

--Por actual, la última con José Emilio Pacheco, que ya he contado en mi blog. Quedamos a comer en la Condesa; esperaba yo que hablásemos de poesía, y Pacheco se largó un interminable discurso acerca del General Prim, quien había tenido un papel discutible en la intervención que acabó por instalar en México a Maximiliano de Austria. Al acabar la comida, me dijo que lo había hecho sólo para ahorrarme la habitual perorata que los viejos poetas largan a los jóvenes poetas.

--Una canción que recuerdas con cariño.

--Cualquiera de la banda inglesa The Oysterband, particularmente las de Freedom and Rain , un disco que hicieron con June Tabor. Cada vez que vuelvo a escucharlas me recuerdan a mi adolescencia. Y a quien le robaba el vinilo: mi hermano.

--Un libro de cabecera.

--Como la cabecera de la cama la tengo hoy en Lisboa y mañana quién sabe dónde, me permito decirte cuatro que, por orden cronológico, han estado bastante tiempo encima de esa cabecera: las Meditaciones de Marco Aurelio , Hijos de la ira de Dámaso Alonso, las Prosas apátridas de Ribeyro y los Tres libros de Julio Torri. Debajo de cualquiera de ellos, siempre, el Quijote.

--¿Cómo te gustaría que te recordaran?

--Quien viaja lo suficiente sabe que se recuerda poco, y mal. Con que me recuerden aquellos a quienes he querido y que me han querido me conformaría.