Me contaba hace tiempo la escritora Francisca Aguirre , viuda de mi recordado Félix Grande , que su marido era incapaz de escribir una sola línea si no lo hacía a mano, y que era a ella a la que le toca transcribir al ordenador todos sus originales. Y, mientras me lo decía, había tanto de incondicional amor de cónyuge en el tono de su voz como de resignación de laboriosa transcriptora.

A veces pienso que la creación literatura, como oficio, es demasiado arcaica, demasiado lenta, demasiado pesada, demasiado trabajosa para los tiempos que corren; y sufro mucho más al conjeturar a los afanosos monjes de Silos, muchos años antes de Gutenberg, convirtiendo a duras penas pensamientos en papiros a la luz temblorosa de una vela.

A veces fantaseo con inventar un nuevo sistema de reproducción literaria donde la tinta no mande, y el acto de escribir y el acto de leer se encuentren reunidos en una voz en off, la del autor. Algo con lo que nos ahorraríamos mucho papel, muchos problemas de vista y muchas erratas. (Y, de paso, también, mucho negro literario).

Y me contaba también Francisca Aguirre, con esa lucidez irónica suya, que cada vez que su marido empezaba a dar forma a un nuevo libro le tocaba hacer de oyente de todas sus primicias, y que no sólo le pasaba con su marido, sino también con algunos otros inseparables amigos escritores, como Antonio Hernández o Diego Jesús Jiménez ... (y yo pensaba para mis adentros: ya me gustaría a mí poder ser oyente, aunque fuera unos minutos, de las primicias literarias de tales confidentes).

A VECES fantaseo que llegará un día que por problemas de tiempo y espacio, terminaremos encontrando otros sistemas de trasmisiones literarias: voces en off donde la niña salió de casa llegue a tres, cinco, quince o cien oídos a la vez; y cada oído imagine una niña y una casa distinta en un mismo instante de tiempo; y puedan estar escuchándolo al unísono y sea como en el cine, donde todos expresan su respuesta a la voz en off a la vez, y sonrían o lloren a la vez, y se emocionen o enfaden a la vez, compartiendo esas emociones en grupo pero sintiendo las imágenes y los detalles de la trama de forma individual. Algo parecido a los audiolibros, pero en grupo, quizá en línea, quizá en bibliotecas sonoras, quizá en espacios donde la literatura alcance el prestigio plural y común, lúdico y cultural, de la música.

A veces fantaseo con inventar un nuevo sistema de reproducción literaria donde la tinta no mande, y el acto de escribir y el acto de leer se encuentren reunidos en una voz en off, la del autor. Algo que, previsiblemente, favorecerá a los ciegos y perjudicará a los sordos. (Y me entristezco de golpe, porque yo no quiero perjudicar a nadie, y menos a los sordos, que tan bien han demostrado escribir, pintar y hasta componer música a lo largo de la Historia).

A veces fantaseo con que los escritores dejarán de ser escritores y empezarán a ser otra cosa distinta alejada del verbo escribir. Esto demostraría que en el acto de creación literaria lo que menos cuenta es si se escribe bien o mal, con buena o mala letra, con muchas, pocas o ninguna falta de ortografía; sino que lo que importa realmente es imaginar y hacer imaginar bien, transmitir ideas y sentimientos bien, expresarse bien, aunque obviemos por completo la escritura pura y dura.

Luego dejo de fantasear y me convenzo a mí mismo de que al libro le quedan muchos años para desaparecer de entre nosotros... (a pesar de libros digitales, libros de audio, blogs y tabletas electrónicas). Soy así de romántico o de clásico o, quizá, de inocente.

¿Para cuándo los libros sin letras?, ¿Para cuándo los libros con palabras, versos y diálogos, pero sin letras? Libros que acerquen al lector a lo cinematográfico. Libros que hagan del lector el personaje principal. Libros que se transmitan mejor por el aire que por el papel. Libros que tengan más que ver con lo multiespacial y la interacción personal que con la soledad del lector frente palabras negras sobre fondo blanco.

Este es uno de esos inventos que tiene más posibilidades de ser en nuestro pensamiento que en nuestras manos. Y esos son, según mi idea de evolución, los inventos que cambiarán el futuro de los hombres: los que nos hagan participar del arte, mejor que recibirlo pasivamente; los que nos hagan ser, mejor que tener.