El juicio del 11-M está sacando a la luz una telaraña de relaciones entre policías y confidentes que nada tendría que envidiar al más delirante guión cinematográfico. El jefe de Estupefacientes de Asturias, Miguel García, Manolón, mantuvo durante casi tres años una intensa relación con el chivato José Emilio Suárez Trashorras, que terminó cuando este fue detenido por suministrar los explosivos de los autores del 11-M. "A lo mejor él me controla a mí, y no yo a él", admitió ayer Manolón, con visible pesadumbre, cuando intentaba explicar cómo era posible que Trashorras nunca lo alertara de que sus amigos "moros", con los que trapicheaba con drogas, se estaban abasteciendo de explosivos.

A pesar del intenso tráfico de llamadas --63 en total-- de Trashorras a Manolón entre diciembre del 2003 y febrero del 2004, el agente dice que nunca le habló de sus conexiones, salvo a comienzos del 2004, cuando le avisó de que unos "moros" querían subir a Asturias a negociar con droga. No hubo más contactos hasta que el 12 de marzo, un día después de los atentados en los trenes de Madrid, Trashorras le contó sus sospechas de que la masacre podía ser obra de "los moros de Madrid!".