No vais a poder vivir en paz". Ante este grito rotundo que salió de la garganta de un indignado militante socialista, Eduardo Tamayo ni se inmutó. Teresa --o Maite-- Sáez le siguió cabizbaja. Los dos diputados más denostados de Madrid se encontraron con este panorama tras haber permanecido refugiados durante dos horas en un despacho de la Asamblea. Fue el tiempo que duró la reunión de la junta de portavoces, un descanso en el pleno que les reconoció como representantes del pueblo con todos sus derechos.

Pero el desahogo de los socialistas traicionados comenzó mucho antes. Antes de las cinco de la tarde, medio centenar de militantes les increpó cuando llegaron a la Cámara regional en un coche a toda velocidad. Algunos bandían dinero de pega al tiempo que les gritaban: "¡Devuélveme mi voto. No te hemos votado a tí, hemos votado al PSOE!".

CORDON POLICIAL

"¡Chorizos, sinvergüenzas!", coreaba el público concentrado en las aceras y vigilado por los policías de las cuatro furgonetas apostadas ante la sede parlamentaria.

Los mismos insultos escucharon Tamayo y Sáez al entrar en el hemiciclo proferidos, en este caso, por sus antiguos compañeros de partido y el personal que trabaja para el PSOE. El hombre se mantuvo arrogante y desafiante en su escaño mientras los diputados socialistas abandonaban los suyos para no escuchar cómo los traidores se hacían con el cargo. "¡Cabrón, sinvergüenza!", se oyó mientras se producía el desalojo. "Búscame, que me encontrarás", replicó Tamayo con gesto airado.

Sáez siguió sin decir ni pío, un silencio que mantiene desde que dio la espantada el día 10. Teresa Sáez apareció con una nueva imagen. En este tiempo ha pasado por la peluquería, donde ha perdido su larga melena rubia teñida. Pelo corto, más delgada, sin apenas maquillaje y grandes gafas de sol fue la imagen que exhibió ayer una Maite apocada que, a juicio de algunos, "estaba completamente sedada".

CENTRO DE ATENCION

Tanto a la llegada como en la primera media hora que permanecieron en el escaño o en el tiempo que estuvieron escondidos hasta la reanudación del pleno, Tamayo y Saéz fueron el centro de atención de numerosas cámaras de televisión y de periodistas gráficos. Lo intentaron todo para eludir a los medios y, sobre todo, los insultos de sus excompañeros. Hasta simularon abandonar la Cámara tras prometer el cargo.

Ningún diputado se acercó a saludarles. Pero aunque alguien hubiera tenido el gesto, toda aproximación hubiera resultado un fracaso. Además de los guardias privados de seguridad de la Cámara, que les protegieron a la entrada, Tamayo y Sáez llevaban su propia guardia pretoriana.

Las carreras, apretujones y empujones se sucedieron en paralelo a las declaraciones de los políticos en los pasillos. Los micrófonos de radios y televisiones iban de la seriedad de Simancas o Aguirre al espectáculo de los traidores sin apenas tiempo de saber qué ocurría. En la calle, el bochorno veraniego terminó en tormenta. Tamayo y Sáez ya habían tenido la suya.