Artur Mas cerró ayer el capítulo más importante de la Historia política catalana reciente. El delfín de Jordi Pujol, el esforzado opositor contra el tripartito, el president que primero se declaró «business friendly» y terminó decapitado por los antisistema, el enterrador de la federación de CiU, la principal figura del soberanismo en los últimos años, dimitió como presidente del PDECat. Su marcha, unida a la de Carles Mundó, uno de los principales hombres fuertes de ERC, han sacudido al independentismo.

Mas afirmó que tenía su salida meditada desde hacía meses, pero lo cierto es que en los últimos tiempos sus opiniones se habían distanciado de las de Carles Puigdemont. Lo dejó claro en la reunión de la ejecutiva del PDECat del lunes, cuando subrayó que el independentismo no tiene la mayoría absoluta en votos -aunque sí en escaños-, y que eso le impide de momento «imponer nada».

El expresidente anunció su renuncia con una fórmula que ya usó cuando la CUP lo descabalgó de la Generalitat. «Doy otro paso al lado», dijo. Y aseguró que lo hace por dos motivos: porque no quiere ser «un freno» para el proyecto político de Junts per Catalunya, cuyos resultados el 21-D juzga «mucho más allá de las expectativas»; y porque en los próximos meses debe encarar un «calendario judicial» complicado.

No se refería a la sentencia del caso Palau, que se conocerá el próximo lunes, sino a las causas que tiene abiertas por su participación en la consulta del 9-N del 2014. Su dimisión «no se debe interpretar como un alejamiento del proyecto» independentista, que ahora encabeza Puigdemont, aseguró. Incluso dijo que Junts per Catalunya le parece una «fórmula de éxito» que hay que «reforzar y expandir». Sin embargo, se negó a pronunciarse sobre ideas que su sucesor contempla para forzar el pulso con el Estado, como la de una investidura «telemática».

«Lo que he decidido hoy no es un mensaje a nadie», insistió, en referencia a Puigdemont. «No ha habido ni una declaración mía cuestionándole nada en dos años. Él debe tomar las decisiones, y yo tendré mi criterio pero las respetaré», añadió Mas.

Sin embargo, dejó un mensaje final muy claro, que según él comparte gran parte del soberanismo, y que marcará las negociaciones sobre el desarrollo de la próxima legislatura. «No haber pasado del 50% nos obliga a entender que no podemos implementar la independencia en el cortísimo plazo», afirmó, en un mensaje que contrasta con las proclamas que llegan desde Bruselas.

La dimisión de Mas coincidió con la entrega de credenciales en el Parlament de todos los presos que iban en las listas de JxCat y ERC y de varios de los exconsejeros que acompañan a Puigdemont en la capital belga. Pero también lo hizo con la otra gran renuncia del día, que llegó desde las filas republicanas.

«Es una decisión que se toma con la cabeza, pero que duele al corazón». Así definió una voz cercana al exconsejero Carles Mundó su renuncia al acta de diputado, su abandono de la primera línea política y su retorno a la actividad privada, en este caso, la abogacía.

La decisión obedece a «motivos personales» entre los cuales, a diferencia de otras ocasiones en que se alude a esta fórmula, se encuentran motivos realmente personales y que se relacionan, claro está, con su estancia en la cárcel de Estremera entre el 2 de noviembre y el 4 de diciembre, a cuenta del proceso judicial abierto por el 1-O y la declaración de independencia derivada.

Mundó fue el quinto en la lista de ERC por Barcelona y una de las piezas claves durante la campaña una vez que el partido decidió arropar a la candidata real, Marta Rovira, (ya se vislumbraba que Oriol Junqueras no saldría de la cárcel). Ocho meses antes, cuando los republicanos preparaban sus planes de contingencia ante la acción judicial del Estado, que no preveían tan virulenta, el nombre de Mundó sonó como uno de los hombres fuertes que debían consolidar ERC en caso de inhabilitación de Junqueras. Eso sí, sin discutir nunca el liderazgo en segunda derivada de Rovira.

Su conocimiento del mundo judicial, como consejero del ramo, seguramente impuso en Mundó una visión crítica de la táctica que se seguía desde el Palacio de la Generalitat a la hora de encarar el referéndum, es decir, la desobediencia. Eso sí, en ningún momento se planteó abandonar el barco, consciente de que ello inflingía un daño al independentismo y a su propio partido. Mundó era ampliamente valorado por Puigdemont y Junqueras.

Según fuentes de aquel Ejecutivo, en julio, cuando se sucedieron las dimisiones y ceses de consejeros posconvergentes por estar poco alineados con las tesis de Puigdemont, el PDECat exigió que se pusiera, también, una cabeza republicana sobre la mesa, para no quedar como el partido de los menos atrevidos. Junqueras protegió entonces a los consejeros independientes y dio a elegir al presidente entre él y Mundó. Puigdemont optó por no cobrarse ninguna pieza de republicana.