Antes de tomar la alcaldía, decidieron tomar el bar. Los concejales rebeldes, encabezados por Isabel García Marcos, Carlos Fernández y Marisol Yagüe, se fortificaron en la cantina del Ayuntamiento de Marbella, parapetados por tres exóticos escoltas, que más que miembros de una empresa de seguridad, parecían porteros de la discoteca de Olivia Valere, paradigma del glamour marbellí. Gorilas con ceñidas camisetas de Versace que sólo dejaron pasar a Luis Mariñas y especies similares, erigidos ayer en cronistas políticos de excepción. Nadie, ni los funcionarios municipales, podían entrar ni a tomar un café.

Pero en algún momento tenían que bajar. Y la bajada fue gloriosa. La presencia de los posmodernos escoltas provocó la ira del pueblo llano, que se ensañó especialmente con García Marcos, sonriente y altiva. Yagüe, la nueva alcaldesa, también se llevó lo suyo. Una amiga de la infancia le auguró el peor destino imaginable: "No vas a durar mucho y te veo vendiendo otra vez productos Avon".

Entretanto, en la puerta del ayuntamiento, los agentes registraban los bolsos. "¿Quién ha mandado cachear a la gente?", preguntó Julián Muñoz. "Lo ha ordenado el mando", dijo el policía. "Pues hasta las 12 en punto el mando sigo siendo yo. Aquí no se cachea a nadie, no estamos en un pueblo de forajidos".

Más de 300 personas, la mayoría partidarios del novio de Isabel Pantoja, esperaban a Muñoz y lo jaleaban durante todo el recorrido.