Dos nombres representaron las opciones de la guerra y la paz en el entorno más inmediato de José María Aznar cuando éste adoptó la decisión de alinearse con EEUU en la invasión de Irak. Carlos Aragonés, el que fuera jefe del Gabinete presidencial en la Moncloa y ahora colaborador de Mariano Rajoy, fue el ariete belicista, con el ambicioso argumento de que España y Aznar contarían en el mundo. Rodrigo Rato abanderó casi en solitario el rechazo a la guerra alegando motivos de política internacional y otros más prosaicos, como el posible pinchazo electoral.

Aragonés, poderoso jefe de fontaneros de la Moncloa, persuadió cuanto pudo a Aznar de que el apoyo a EEUU y a Gran Bretaña constituiría un "hecho histórico" que otorgaría a España y a su presidente una posición privilegiada. Hoy Aragonés es adjunto al secretario general del PP, Rajoy, y, según fuentes del partido, en estos meses se ha ido distanciando de Aznar.

Aragonés insistió en los días previos a la guerra en la importancia de sumarse a la invasión. No ocultaba su admiración hacia el muy conservador Paul Wolfowitz, segundo de Donald Rumsfeld, secretario de Estado de Defensa.

El actual director del Fondo Monetario Internacional (FMI), Rodrigo Rato, planteó en tres ocasiones sus recelos en presencia de Aznar. Según revela el libro La venganza , de Casimiro García Abadillo, director adjunto de El Mundo , la primera de esas reuniones fue un almuerzo convocado por Aznar en la Moncloa tras las masivas manifestaciones contra la guerra del 15 de febrero del 2003. En aquel encuentro, Rato avisó: "Esta política nos puede llevar al desastre". Estaban también Rajoy, Angel Acebes y Federico Trillo. El encargado de defender la postura belicista fue Aragonés.

Cita en la Moncloa

Unos días después, el 4 de marzo, Aznar volvió a reunir a algunos colaboradores en la Moncloa. Rato reiteró sus temores y pidió dar marcha atrás en el apoyo a EEUU. Intentó convencer con argumentos: que las relaciones con los principales países de Europa se estaban complicando, y eso podía afectar a la economía española, especialmente en el reparto de fondos estructurales, y que no tenía sentido enfrentarse a Francia, cuya ayuda era necesaria a España en su lucha contra ETA. Rato añadió que se estaba rompiendo "una trayectoria de 100 años en la política exterior española" y recordó que la opinión pública estaba en contra. "Y eso va a pasar factura al Gobierno y al PP", porque entre quienes defendían el no a la guerra había votantes del PP, insistió el vicepresidente.

No hizo mella en el ánimo de Aznar. Así que, al acabar la reunión, Rato comentó: "Me acabo de jugar la sucesión", según revela La venganza . En aquel momento, Rato y Rajoy eran los principales candidatos a suceder a Aznar. Aquel mismo 4 de marzo, Rajoy intervino por sorpresa en el Congreso para defender la intervención en Irak.

La última vez que Rato expresó su disconformidad fue el 17 de marzo, un día después de de la cumbre de las Azores, en una reunión del gabinete de crisis convocada por Aznar. Allí, según García-Abadillo, el exvicepresidente insistió y, esta vez, fue apoyado por el exministro Cristóbal Montoro, que opinó que el Gobierno estaba cometiendo un error. Tres días después empezaron los bombardeos sobre Bagdad.