"Ellos no se ponen de acuerdo y ahora lo pagamos los obreros", gritaba ayer Mercedes mientras esperaba ansiosa a que la policía dejara salir a su marido del taller mecánico en el que trabaja. El alcalde de Madrid, Alberto Ruiz-Gallardón, fue el primero de los políticos que soportó la sarta de reproches de Mercedes, que nada más verlo en el lugar del atentado le gritó: "¿Y ahora a qué vienes tú aquí? ¿A salir en la tele?".

Aunque el alcalde de Madrid recibió su dosis, los políticos más citados en las discusiones de los vecinos del barrio de Simancas eran Zapatero y Rajoy, aunque, como viene ocurriendo desde hace meses, Carod-Rovira, Maragall, Ibarretxe y sus respectivos familiares tampoco salían bien parados. "Habrá que preguntarle a Carod, porque, al fin y al cabo, la bomba ha caído en Madrid y no en su tierra", comentaba uno de los vecinos.

El tono de las discusiones no tenía nada que envidiar al de algunas tertulias radiofónicas. Mientras no perdía detalle de las idas y venidas de policías, médicos y brigadas de limpieza, Manolo, un jubilado de 72 años, intentaba convencer a sus compañeros de corro de que "no es el momento de cargar contra el Gobierno porque Zapatero sólo busca que esto se acabe". Julián, indignado, encontró pronto un argumento para desautorizarlo: "¡Claro!, esto lo dices porque sólo escuchas la SER y se lo has oído al Gabilondo ése. Los que pasa es que son unos flojos y no se atreven a poner mano dura". ¿La respuesta de Manolo? "Y tú oyes al de la COPE, ¡no te fastidia!, por eso siempre estás cabreado".

Manolo aseguraba que, desde el pasado martes, esperaba un atentado con más resonancia que las bombas de Guipúzcoa y que estaba "cantado" que los etarras iban a "hacerse los chulos para avisar". Sus amigos, mirándole con desconfianza, le preguntaron por qué hablaba con tanta certeza. "Pues porque a Otegi lo llevan a ver a los jueces y, a lo mejor, se le acaba el chollo. Se ve que con esto se creen que no les van a meter en la cárcel", les explicó con cara de "yo sé muy bien de que estoy hablando".

Entre los curiosos que, tres horas después, todavía permanecían frente al edificio Aragón, bajo el cual explosionó la bomba, los comentarios pesimistas comunicaban una sensación de indefensión y una gran desconfianza hacia la clase política por las muestras de división sobre cómo debe enfocarse el final de la banda terrorista.

Cuestión de confianza

Rubén, un estudiante de Arquitectura que esperaba a sus amigos sentado en un parque cercano, comprendía la indignación de la gente pero no quería dejarse llevar por la rabia: "Nadie ha dicho que esto vaya a ser fácil para acabar bien. Pero hay una posibilidad y es muy fácil decir que el Gobierno se baja los pantalones. Al fin y al cabo los del PP no consiguieron acabar con ETA. Pues ahora que dejen que el PSOE lo pruebe".

Rubén es de los que piensan que el Gobierno sabe más de lo que dice y que el primer partido de la oposición dice saber menos de lo que realmente sabe. "Tampoco es cuestión de que el presidente Zapatero vaya contándolo todo por ahí. Yo no le voté pero confío en que no va a hacer las cosas a lo loco. Igual soy un iluso y me estrello pero hay que tener paciencia. Aunque no estaría mal que los del PP y los del PSOE se cortaran un poco y no pusieran al personal con los nervios de punta", reflexiona.