La verdad es que José Luis Rodríguez Zapatero no lo tiene fácil. Montado en el Dragon Khan en que se ha transformado la economía gracias a la acción de unos mercados sin rostro --y sin alma--, el presidente del Gobierno se ha convertido en una especie de pimpampum al que le llueven golpes de todas partes. Menos mal que él, después del impopular programa de ajuste aprobado en mayo, asumió que su obligación ahora es "hacer lo que tenga que hacer" sin importarle el coste político y personal y que esa decisión le puede ayudar a sobrellevarlo, lo que no es poco.

Porque lo cierto es que ahora, haga lo haga, todo el mundo le critica. En periodismo se dice que aciertas cuando las crónicas no contentan a nadie --salvo a los lectores-- porque eso demuestra que afrontas la información con distancia. Como las críticas a lo que hace Zapatero son tan generalizadas y llegan desde puntos tan diversos, a lo mejor es que está dando en el clavo, quién sabe. De momento, unos, los más liberales, le atacan porque no coge el programa de David Cameron y lo copia, corta por lo sano y desmantela lo que queda del sector público y reduce a tijeretazos el Estado del bienestar. Otros, los más izquierdistas, le acusan de haberse apropiado del programa del PP y de estar traicionando sus ideas.

En los últimos días, con el vértigo de la prima de riesgo rozando el cielo y las bolsas tocando el suelo, a Zapatero le pedían prisa, mucha prisa. Medidas ya. El miércoles las anunció. Y hete aquí que tampoco gustaron a nadie. Improvisadas e insuficientes para los que le reclamaban celeridad y que lo venda todo, injustas, liberales para los que le piden clemencia social. Así que la derecha político-mediática no le apoya, a la espera de que el tsunami de los mercados se lo lleve por delante --aunque de paso se hunda el país--, y la izquierda, que le anima a que se enfrente solo ante el peligro a los buitres especuladores, tampoco.

Menos mal que al presidente le queda el apoyo de su partido. Un partido dolorido, porque a seis meses de unas elecciones cruciales los socialistas ven que la realidad económica les arruina sus esperanzas de transitar por derroteros más tranquilos y contentar, aunque solo sea un poquito, a sus electores, pero --¡qué remedio les queda!-- dispuestos a explicar contra viento y marea la necesidad de las medidas. En eso, hay que reconocerlo, los efectos taumatúrgicos de la remodelación del Gobierno aún están vigentes.