Cumplidos 34 días de la toma de rehenes, los piratas que el pasado 2 de octubre abordaron el atunero español Alakrana en aguas somalís decidieron, en una estrategia que parece mucho más meditada que improvisada, recurrir al terror. Permitieron a uno de los marineros retenidos telefonear a su mujer. Con ella ya al aparato, lanzaron una granada. Mientras, otros tres tripulantes eran llevados a tierra para, supuestamente, entregarlos a las familias de los piratas presos en España. La estrategia del terror dio frutos de inmediato. En España, familiares, armadores y oposición atacaron al Gobierno. El Ministerio de Defensa sabe que se enfrenta al mismo grupo de corsarios que en abril mantuvo secuestrados durante cuatro meses a los 25 tripulantes del buque alemán Hansa Stavanger . De momento, Defensa ha decidido responder a los piratas con sus mismas armas: intimidación. No se descarta, ni siquiera, la solución militar.

La situación a bordo del Alakrana , descrita por los marineros cada vez que los piratas deciden que es buen momento para que llamen a sus familias o a las radios, es tremenda. "Si en tres días no hay movimiento, empiezan a matarnos de tres en tres", dijo ayer a la cadena SER el patrón del pesquero, Ricardo Blach. Según el patrón, el desenlace de tan tensa situación ya no está en el pago del rescate, casi pactado, sino en el callejón en el que se vio la tripulación el día en que dos de los piratas fueron detenidos y, por orden del juez Baltasar Garzón, trasladados a España y encarcelados.

Fuentes del Gobierno aseguran que la suerte de esos dos piratas es lo que menos importa al grupo a bordo del Alakrana . Si

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