"El poder corrompe y el poder absoluto corrompe absolutamente". La frase acuñada por Lord Acton a finales del siglo XIX podría servir de epitafio a la fulgurante carrera política de Jaume Matas Palou, el hombre que necesitó menos de una década para pasar de encarnar "el futuro del PP" (tal como proclamó en 1998 el entonces presidente de la Generalitat Valenciana, Eduardo Zaplana) a anunciar su retirada definitiva de la actividad pública con la frase: "Yo no soy el futuro del PP de Baleares".

Entre una declaración y otra, Matas vivió unos años frenéticos en los que presidió el Gobierno balear, fue ministro de Medio Ambiente con José María Aznar, volvió a la presidencia de Baleares tras lograr en las urnas la mayoría absoluta, multiplicó su patrimonio de forma vertiginosa, se vio desalojado del poder por un pacto de la oposición y huyó a EEUU entre múltiples acusaciones de corrupción.

Jaume Matas nació en Palma de Mallorca en 1956, en el seno de una familia de firmes convicciones socialistas y republicanas que cerraba las persianas de su vivienda cada vez que Franco visitaba la ciudad. Los Matas vivían con cierto desahogo gracias a un negocio de electrodomésticos, y ello permitió a Jaume estudiar Ciencias Económicas y Empresariales en la Universidad de Valencia. Allí se enamoró de la alicantina Maite Areal, con la que se casó en 1978, y trabó una estrecha amistad con Eduardo Zaplana, que estudiaba Derecho y que empezaba a fraguar su trayectoria política en la órbita de UCD.

Trayectoria acelerada

Matas, en cambio, no fue sensible a la llamada de los asuntos públicos hasta finales de los años 80, cuando fue atraído hacia el PP por el entonces presidente balear Gabriel Cañellas, que en 1989 le nombró director general de Presupuestos y, apenas cuatro años después, le situó al frente del Departamento de Economía y Hacienda. El dirigente se había situado ya en el carril de aceleración de la política. Y no dejaba de adelantar.

Un nuevo golpe de gas le permitió acceder a la presidencia del Gobierno balear, no sin antes protagonizar una maniobra algo temeraria. Cañellas, implicado en el escándalo del túnel de Sóller, había sido obligado a dimitir y su sucesor, Cristòfol Soler, se proponía desplazar a Matas a una consejería de menor rango, de modo que este se alió con dirigentes históricos del PP balear para forzar la dimisión de Soler y hacerse con el poder. Los conspiradores lograron su propósito y Matas, apoyado por la dirección nacional del partido, culminó su rápido ascenso a la cima accediendo a la presidencia del Gobierno. En ese primer mandato, Matas ya demostró sentir una inclinación particular por el mundo de la obra pública, pero su impulso constructor no acabó de conectar con los ciudadanos y las elecciones de 1999 dejaron al PP fuera del Gobierno balear.

Del PHN al ´Prestige´

Aznar acudió al rescate el 26 de abril del 2000, y le ofreció Medio Ambiente. Se propuso sacar adelante el controvertido Plan Hidrológico Nacional (PHN) y lo consiguió. Poco después se hundió el Prestige y, con él, el prestigio del ministro, que en plena crisis se marchó de vacaciones y dejó la gestión del naufragio al vicepresidente Mariano Rajoy.

Viendo quemada en un tiempo récord su etapa en la política española, Matas volvió a Baleares para encabezar la candidatura del PP en las autonómicas del 2003, en las que logró la victoria con mayoría absoluta. En ese mandato, Matas se vio investido de un poder omnímodo y la prisa se convirtió en desenfreno. Entabló un pacto --de silencio, se diría-- con la líder de Unió Mallorquina, Maria Antònia Munar (también imputada por corrupción), se entregó de nuevo al vértigo de la obra pública, multiplicó su patrimonio inmobiliario y abrazó un tren de vida que su sueldo difícilmente podía justificar. Cuando llegó la hora de rendir cuentas con los electores, apenas escuchaba a nadie. Perdió la mayoría y ni siquiera esperó para preparar su sucesión. Anunció que dejaba la política y se marchó a EEUU. Tenía prisa. Como siempre.