La percepción de muchos ciudadanos de que sus representantes políticos constituyen más un problema que una solución --tal y como refleja el último barómetro del CIS, conocido esta semana-- no es un dato que pueda separarse de la gran preocupación que causan el elevadísimo paro y la fragilísima situación económica. Porque la ciudadanía no suele demostrar ese desapego de la clase política en épocas de bonanza y, si desconfía ahora de ella, es porque ve que los políticos no acaban de encontrar las recetas para salir de la crisis y que, cuando no aparecen zarandeados por los mercados, se les vislumbra ensimismados en la observación de sus expectativas electorales.

Es un fenómeno que se está dando aquí y en el resto de los países afectados por esta Gran Depresión, la económica y la político-social. No hay gobierno en Europa y en EEUU que aguante un sondeo, ni ciudadanos que no se muestren pesimistas sobre la evolución de la economía. Y es que no hay político --ni aquí ni en ninguna parte-- que dé con la solución a una crisis más profunda y larga de lo que nadie se había atrevido a vaticinar.

Tampoco tienen esa solución los economistas, ni mucho menos esos financieros que causaron el descalabro y siguen imponiendo sus leyes.

Ese desencanto social en España tiene características propias, porque aquí el desplome de la popularidad del presidente José Luis Rodríguez Zapatero ha ido acompañado de una pérdida mayor de la credibilidad del líder de la oposición, al que, sin embargo, los sondeos sitúan como próximo inquilino de la Moncloa. Zapatero carga con el pecado original de haberse negado a reconocer durante meses la existencia de la crisis y su empeño en restarle importancia cuando se dio de bruces con ella. Después, admitió su error y adoptó las impopulares medidas anticrisis y ahora, incluso, parece haber encontrado un discurso socialdemócrata para justificarlas. Pero su conversión al pragmatismo no acaba de calar en el electorado, lastrada como está su imagen por esa drástica caída de credibilidad que ha sufrido.

Lo de Mariano Rajoy es más raro. Porque así como los votantes de izquierdas se han refugiado en la abstención, los de derechas parecen más movilizados que nunca ante la expectativa de desalojar a Zapatero del poder. Sin embargo, el líder al que van a aupar a la presidencia les merece escasa confianza. El PP ha mantenido que lo acertado era dejar solo al Ejecutivo para acelerar la caída del PSOE, sin importarle si se hundía el país. Y quizá sea eso lo que los ciudadanos penalizan a Rajoy. Zapatero está corrigiendo sus errores. Rajoy tiene un año para hacerlo. A lo mejor así, pactando lo fundamental en pos del interés general, los ciudadanos vuelven a creer en ellos. Sean cuales sean los resultados electorales.