TNtoche de paz, noche de amor...murmuran estos días suegras, nueras, yernos, suegros, cuñados y demás miembros de la gran familia política, mientras baten huevos a ritmo frenético, afilan cuchillos o fríen en aceite hirviendo las croquetas, actividades todas susceptibles de convertirse en métodos de tortura. Los mayores se desahogan con los vecinos, criticando a esa chica que vale tan poco (esta frase es de suegra), o a ese holgazán (esta de suegro) que ha sorbido el seso a la niña de sus ojos. Los hijos casados tienen dos opciones: la guerra fría en la cocina, es decir, pasarse las fiestas lanzándose pullas entre las magdalenas y el café, o la terapia zen, muy en boga. Se trata de cerrar los ojos y visualizarse en otra parte. Que tu cuñada te clava el codo cada vez que habla, te imaginas en las rebajas de Londres, que tu cuñado te escupe cuando canta, te sueñas paseando bajo la lluvia de París. Si esto no funciona, está el recurso de la negación: esto no es verdad, no me está pasando a mí. O incluso el de ofrecer el sacrificio por alguna causa perdida, la salvación de los mamuts, por ejemplo, a título retroactivo. O si no se tiene que conducir, tomarse unos vinos también ayuda a verlo todo de color diferente o incluso a no verlo, si uno se pasa. Noche de paz, noche de amor, murmuran estos días todas las familias, mientras mastican rencores, envidias y celos, que debe de ser un menú muy saludable, porque casi nunca llega la sangre al río, y repetimos todos los años. Por tradición, supongo o porque a pesar de todo, algunas veces el esfuerzo de estar juntos merece la pena. En serio. Felices e irónicas fiestas.