Alhaji A. Kamara, de 14 años, se sienta algo alejado de sus compañeros. Alhaji, como ellos, es un niño de la calle, y ha acudido al autobús de la esperanza a por un plato de comida, un rato de juegos de mesa, la compañía del Padre Jorge y de los trabajadores sociales. Hoy se siente triste. «Mi amigo murió ayer delante mía. Justo enfrente. Se fue a dormir y murió», comenta. No lo sabe con total seguridad, pero sospecha que lo mató el sida. «Cuando lo conocí, él ya sabía que lo tenía. Yo no creo que esté contagiado, pero la verdad es que nunca he ido a hacerme un chequeo», dice. Y es que, además de las peligrosas peleas callejeras, la droga y el alcohol, las enfermedades de transmisión sexual son otras de las amenazas latentes en el corazón callejero de Freetown.

El autobús de Atabal, Tubasa, la Agencia Extremeña para la Cooperación Internacional y el Desarrollo (Aexcid) y Don Bosco Fambul llega cargado de tests de VIH, donados por la fundación extremeña. Pese a que desde el 2004 no hay estadísticas oficiales de infecciones en el país sierraleonés, Daphne, la enfermera de 23 años que acompaña al vehículo, maneja datos que le fueron proporcionados durante su época universitaria. «Alrededor del 17% de la población tiene o sida o hepatitis, que son las dos enfermedades de transmisión sexual más dañinas», señala. Su misión hoy consistirá, además de la realización de los test, en aleccionar a los jóvenes que se han acercado sobre los peligros de este tipo de contagios. «En la calle todos se van con prostitutas y ninguno usa protección», afirma.

Alhaji niega que él mantenga relaciones sexuales con prostitutas, aunque casi ninguno de los niños lo admite cuando este periódico les pregunta. A pesar de ello, y como indica Daphne, la gonorrea es una de las enfermedades que más ha visto desde que comenzó a trabajar como enfermera en el autobús. «Es muy común, pero es que nadie quiere usar condones. Dicen que no sienten nada, que les gusta el contacto cuerpo a cuerpo». Los chavales gastan en ello a veces todo lo que pueden ganar en un día transportando basura (unos 85 céntimos en la mayoría de los casos) y, a menudo, prefieren quedarse sin comer. El primer día son seis los chavales que pasan por la improvisada consulta dentro del autobús para realizarse el test del VIH. Todos dan negativo. «Es la primera vez que me lo hago», confirma uno de ellos al bajar las escaleras de la puerta trasera del vehículo.

Los resultados de hoy, en todo caso, no son representativos de lo que sucede en este país africano. Marta Vara, voluntaria de la oenegé Jóvenes y Desarrollo y con amplia experiencia de trabajo en Sierra Leona, recuerda algunos sucesos al respecto. «Las Hermanas Clarisas, en su hospital Materno Infantil, han necesitado algunas veces transplantes de sangre y, por contagios de VIH, no han podido acudir a ningún familiar de la afectada», recuerda. Afirma también que el porcentaje de infecciones debe ser más alto del que indican las estadísticas oficiales, por tener estas más de 13 años de antigüedad. «El uso de anticonceptivos es más bien bajito», dice Marta, que ha participado también durante su estancia en esta nación en varios talleres de educación sexual.

Antes de realizar los test, Daphne ha mantenido una charla con todos ellos sobre el ‘Mammy and Daddy Business’. Les ha advertido de los peligros de la prostitución, del sexo sin precauciones y de las enfermedades más comunes. La charla ha surtido efecto, pues todos ellos quieren subir al autobús para realizarse los test. «En el caso que dieran positivo quedaría entre ellos y yo. Hay que convencerles de que no sería el fin del mundo, de que se puede vivir con ello si siguen un tratamiento adecuado». E insiste de nuevo en que, entre los niños, en su mayoría menores de 15 años, la gonorrea es la enfermedad de transmisión sexual más repetida.